Humillante es el término más suave que se me ocurre tras contemplar la escena que ayer se dio en Ryad, en el encuentro entre delegaciones de muy alto nivel de EEUU y Rusia. Rubio, el secretario de estado de Trump, con dos altos cargos, consejero de seguridad y enviado especial para Europa y Oriente Próximo, se sentaban frente a Lavrov, el eterno ministro de exteriores ruso, y el exembajador de Putin en Washington. En la cabecera, algún jeque de la familia reinante en el desierto, ávido de la propaganda relacionada con el encuentro y, a buen seguro, beneficiario de algunas de las propuestas económicas que puedan salir de ahí.
Esa escena supone, directamente, la rehabilitación de Rusia como interlocutor reconocido, dejando atrás su papel de paria en el contexto global. El entramado de sanciones organizado desde occidente como represalia por la invasión de Ucrania empezó a deshacerse ayer ante los ojos del mundo, con el decidido concurso de la nueva administración norteamericana, que es mucho más partidaria de las posiciones rusas que de la legalidad internacional, más que nada porque envidia cómo Putin hace lo que quiere sin cortapisas y la ley no es sino un freno a las ambiciones de Trump. En esa mesa no había presencia alguna de Ucrania, el país invadido, el que ha sido sometido a una violación territorial y es constantemente masacrado por las fuerzas rusas. Kiev, ayer también ataca por drones salidos desde Putinlandia, ni está ni se le espera, porque no se le deja. Los “adultos” han decidido quienes son los niños en esta historia y no tienen permiso para entrar en la habitación en la que se reúnen para decidir sus cosas. ¿Tenían ayer los negociadores escuadra y cartabón en sus manos? ¿O eso se lo van a dejar a los especialistas de segundo rango? La idea de que ambas naciones, una agresora, otra rendida, se repartan Ucrania como si fueran despojos, y lleven sus ambiciones imperiales mucho más allá resulta estremecedora, pero es a lo que estamos asistiendo. Es irrelevante que de la reunión de ayer no surgiera acuerdo alguno, porque lo trascendente es su mera celebración. La imagen de una Rusia salvaje reconocida como propia por quien, hasta hace un par de meses, seguía siendo el estandarte del mundo libre y ahora a mutado a gigante neocolonialista movido sólo por intereses crudos. Si Ucrania no estaba en la mesa no esperen que Europa pinte algo más. El que la resolución de la guerra suponga el mayor cambio en la seguridad del continente desde la caída del muro es algo que se la trae al pairo a las dos naciones allí reunidas, porque ellas son las propias garantes de su seguridad, pero es evidente que quita el sueño a las múltiples naciones europeas, cuya propia seguridad depende, en gran parte, de la conducta de EEUU. Pensemos en los países bálticos, Moldavia, Bulgaria, Rumanía… naciones débiles, pobres algunas, minúsculas otras, que comparten frontera con el gigante ruso, que están directamente a tiro de sus baterías, sin que esa frase sea una metáfora, pertenecientes la mayor parte de ellas a la UE. Hasta hace unas semanas contemplaban con temor la guerra en Ucrania pero tenían la seguridad de que el bando occidental mantendría su apoyo a Kiev para detener al gigante ruso. Ahora las cosas han cambiado. EEUU, o lo que es lo mismo, unas tres cuartas partes de eso que llamamos occidente en poder económico y militar, ha decidido que su política ya no tiene nada que ver con lo que interese a sus socios, que realmente no tiene socios, que no los necesita. Engreído hasta el extremo, Trump ha hecho que su país ponga en solfa sus compromisos y trate con el mayor de los desprecios a los que, hasta ayer, han sido colaboradores fieles. A cambio, exige contraprestaciones, pagos, recursos, tierras, chantajes de inspiración colonial que son propios de lo que las naciones europeas hacían en África o Asia en el siglo XIX, y todo ello sin garantizar apoyos futuros, sólo como pago lo que hasta ahora EEUU ha hecho para defender el estatus quo. Vean la escena de ayer desde una de esas débiles naciones del este y sentirán un escalofrío
Contemplarla desde una débil nación situada en el extremo occidental europeo no resulta mucho más relajante, en absoluto. La humillación se extiende por todo el continente a la par del miedo, de la sensación de desamparo absoluto ante un escenario en el que EEUU, Rusia y China pueden actuar como les dé la gana, repartiéndose esferas de influencia, territorios y voluntades con la absoluta impunidad que les otorga su superioridad tecnológica, económica y militar. El resto somos espectadores invitados, cuando no platos servidos a la mesa del banquete de los “adultos”. La palabra traición empieza a estar en boca de algunos, para definir lo que Trump está haciendo. Y poco a poco, adquiere un significado plenamente cierto.
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