lunes, febrero 24, 2025

Merz gana en Alemania

No ha habido granes sorpresas en el escrutinio de las elecciones alemanas anticipadas celebradas ayer. El orden de los partidos, en función de sus resultados, ha sido el predicho, y si acaso la victoria de los conservadores de la CDU ha sido un poco menos holgada, en porcentaje de voto, y el disparo de los ultras de AfD mayor, pero las posiciones de ambos, y la dimensión de la debacle socialdemócrata, han entrado dentro de lo estimado. Parece que finalmente los números van a dar para que una unión entre conservadores y socialdemócratas tenga la mayoría absoluta necesaria para gobernar sin problemas, y los verdes no serían necesarios. Más sencilla una gran coalición que un tripartito, visto la experiencia del último.

Merz dijo varias cosas ayer por la noche, y al menos en dos de ellas tenía bastante razón. Una, la premura que hay a la hora de alcanzar acuerdos de gobiernos, “porque nadie va a esperar a Alemania” en un reconocimiento explícito de que el contexto global avanza por un camino en el que el que fue durante tiempo el regente de la UE pinta cada vez menos. Esa asunción es positiva, porque sirve para recolocarnos a todos ante el escenario que se nos presenta, ya que si Alemania se siente acosada y prescindible, qué pueden esperar naciones de medio pelo como la nuestra. La otra declaración positiva es la de que la UE, bajo el nuevo impulso alemán, debe buscar una independencia estratégica de EEUU, que se ha mostrado como un socio no fiable, más bien como un socio regido por una administración desleal y desquiciada. La entente franco alemana, condición necesaria para que la UE haga algo en cualquier tema, lleva un tiempo paralizada a cuenta de los problemas políticos en ambos países, y sería muy conveniente que, tras la recomposición de un gobierno estable en Berlín, esas dos naciones volvieran a trabajar al unísono a la búsqueda de un camino de supervivencia. En este caso se van a ver apoyadas por un socio no previsto, Reino Unido, que se ha quedado completamente colgado tras el error del brexit y al legada al poder en Washington de traidores a la idea del vínculo trasatlántico. Los tres países son la condición necesaria para que Europa sea capaz de tomar decisiones valientes, y pueden constituir el núcleo que adopte algunas de ellas, en una versión extrema de lo que se llamó cooperaciones reforzadas en el pasado, de tal manera que otras naciones, si quieren, les acompañen, y de esta manera se pueda eludir el veto de países pro trumpistas y pro putinescos, que tanto monta monta tanto. Merz sabe que en Alemania el sentimiento a favor de Ucrania ha decaído y que el peso que formaciones como AfD o Die Linke, extremistas pero muy alineados en su apoyo a Moscú, es relevante. Aunque se pueda mantener un cordón sanitario efectivo en la cancillería y en el parlamento federal a las iniciativas de la extrema derecha, el resultado de AfD es grave, y tarde o temprano, en alguna de esas elecciones regionales que se dan regularmente a lo largo del país, AfD acabará ganando y, quizás, logrando alcanzar el poder. El estancamiento económico que vive Alemania, la gestión de la seguridad, sometida a periódicos ataques de tinte islamófobo, y la ola exterior que va a causar inestabilidades y subidas de precios son el caldo de cultivo perfecto para que la rabia que se ha canalizado en el país en forma de partidos ultras siga siendo fuerte. Por eso el nuevo gobierno debe tratar de conseguir rápidamente un cambio en la percepción de la población alemana, que parece estar mayoritariamente en shock ante el contexto global y la recesión. El trabajo es, por tanto, enorme, difícil y sin garantía de éxito. Y Alemania, por su situación en el centro este de Europa, notará en primera fila las consecuencias de lo que pueda ser un pacto de derrota de Ucrania en la guerra, impuesto por el mal aliado de Washington. Ahí Merz, sospecho, sólo podrá estar como espectador, al igual que el resto de los europeos.

De los resultados de ayer da mucho que pensar que, mientras el votante de mayor edad se ha decantado por formaciones clásicas (CDU y SPD principalmente) AfD y Die Linke, extremistas de derecha e izquierda, arrasan entre el voto joven, que no tiene recuerdo alguno del pasado del país y se informa por canales alternativos en la red, pasando de los medios convencionales. Es normal que la protesta se de en la juventud, pero que adopte formas políticas totalitarias resulta llamativo y, si, preocupante. El ruido de fondo del extremismo sigue agitado en Europa, y la incapacidad de las formaciones tradicionales para combatirlo se mantiene. Mala combinación.

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