A lo largo de esta semana se han ido conociendo las cifras adelantadas de crecimiento del PIB de las economías europeas durante el último trimestre de 2024. La UE en su conjunto ha registrado un avance del 0%, nada de nada. Estancamiento. Es un dato gris y que muestra un escenario preocupante. Si entramos en cada uno de los países la cosa es distinta, como suele ser habitual, con España como la economía, entre las grandes, que más crece, con una subida del 0,8% bastante más de lo previsto, mostrando un reimpulso en el final del año después de un otoño que evidenció síntomas de fatiga. Es un valor enorme, dopado por el incremento de población y por el gasto público, pero que refleja un avance indudable.
Vamos al meollo, al núcleo de la UE, Francia y Alemania. Ahí las cosas están feas. En Francia se ha registrado un descenso en este último cuatrimestre del 0,1%, dato peor del esperado, y que contrasta con el avance del 0,4% en el tercero. Ese trimestre tuvo como hecho significativo el de los Juegos Olímpicos, lo que es probable que supusiera una inyección adicional de gasto y actividad para el país, a pesar de la deslucida ceremonia de inauguración. Ya por entonces la situación política era tremenda, tras el adelanto de las legislativas, que causó la caída del primer ministro Atalle y la configuración de un parlamento hostil a Macron. Desde entonces la política francesa va dando tumbos, quemando candidatos e introduciendo en el país un factor de inestabilidad que no ayuda para nada a la hora de llevar a cabo medidas de reforma y estímulo económico. Esa parálisis, sin duda, se refleja en el ánimo de parte del país y, con un entorno externo no favorable, las cifras de PIB no van a mostrar demasiada alegría. En fin, que tenemos a Francia bloqueada. Si miramos a Alemania, el país fundamental, la situación es aún peor. La cifra del cuatro trimestre es negativa, y llega al 0,2%, peor aún que la francesa. A lo largo de 2024 sus cifras de PIB han sido decepcionantes, siendo negativos todos los registros trimestrales de este año; -0,1%, -0,2%, -0,3% y el -0,2% de ahora. Alemania ha vivido en recesión técnica a lo largo de casi todo el año pasado, lo que es muy llamativo. Es uno de los países avanzados que presenta peores cifras económicas y está atravesando ya una auténtica crisis de modelo. Su economía, enfocada a la productividad industrial y las exportaciones globales se ha visto golpeada por tres grandes shocks; el incremento de precios energéticos derivado de la guerra de Ucrania (agudizado por los propios errores, como la renuncia a las nucleares) la competencia de otras naciones, especialmente China, en productos de tecnología avanzada frente a los que la industria local no ha sabido o querido posicionarse (caso del coche eléctrico) y las crecientes amenazas de aranceles comerciales, disparadas tras la llegada de Trump al poder, que se pueden traducir en un incremento de las barreras y un gran daño a países exportadores de productos, como es el caso de los germanos. En medio de este panorama, la tradicional estabilidad política del país se está haciendo pedazos. La ruptura del gobierno de coalición entre socialdemócratas, liberales y verdes ha provocado el adelanto electoral, que tendrá lugar dentro de tres semanas, y las encuestas señalan la vuelta de los conservadores de la CDU a la victoria, y probablemente al gobierno, pero un notable ascenso de la ultraderecha de AfD, que puede ser lo suficientemente grande como para condicionar coaliciones, políticas y decisiones. De la dimensión de la derrota socialdemócrata se verá si es posible, en caso de necesidad, reeditar una coalición transversal o no. Evidentemente, en este estado de cosas, es bastante difícil conseguir un gobierno estable y mucho más improbable que sea capaz de llevar a cabo políticas de reforma, que la economía del país necesita. La crisis alemana es más profunda y complicada de lo que parece, y el resultado de las elecciones del 23 de febrero será la primera prueba que nos permita saber si va a haber opciones de cambio y de qué dimensión.
Con este panorama en el centro decisor de la UE, es poco probable, siendo generosos, que el bloque europeo en su conjunto sea capaz de tomar medidas que espoleen la actividad y redunden en mejoras competitivas. La Comisión tiene las competencias que tiene, ni más ni menos, y sus decisiones deben estar avaladas por los estados miembros, dos de ellos como vemos en estado comatoso. Una visión realista desde Bruselas, que se preocupara por la simplificación, el centrarse en la competitividad conjunta y en la unión de acción ante los retos exteriores sería, al menos, lo necesario para que desde ahí se ayudase al conjunto. Pero las reformas ambiciosas que se invocaban en el informe Draghi, no, para eso no parece haber bases ahora mismo.
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