Sigue el incendio en la ciudad de Los Ángeles, aumentando la cicatriz urbana en forma de destrucción y propiedades arrasadas. Se espera que los vientos resecos del interior soplen nuevamente con fuerza, tras la tregua de este fin de semana, y aviven aún más las llamas. Eso hará que los daños sigan creciendo y, a pesar de los esfuerzos cada vez mayores destinados a contener el fuego, éste siga siendo un enemigo formidable y para nada contenido. Miles y miles son las personas que lo han perdido todo, que no tienen a donde volver, porque lo que fiera una vez su casa no existe en ningún sentido, más allá de la negruzca parcela en la que están sus restos arrasados.
Em está asombrando, a la vez que enojando y entristeciendo, que en el desastre de Los Ángeles se están dando muchos paralelismos con lo sucedido en la DANA de Valencia. En ambos casos el origen primario del horror es algo ajeno, un incendio forestal en la temporada en aquel caso, un diluvio histórico en el nuestro, y a partir de ahí se observa una secuencia de comportamientos por parte de las autoridades y responsables diversos que es, en ambos casos, un cúmulo de negligencias e irresponsabilidades. No hay información sobre lo que pasa a la ciudadanía, no se corre a tomar medidas, no existe una sensación en las personas responsables de que estamos ante un desastre de enormes dimensiones y de graves daños, personales y materiales. Hay una escasa respuesta de los medios de extinción en un caso y rescate en otro, y poco a poco, de manera remolona, se ve cómo los efectivos acuden, pero como si lo hiciesen a disgusto. En California no se ha visto la intervención del ejército de EEUU, el más poderoso del mundo, y aquí costó Dios y ayuda que lo hiciera. Ha habido fallos de coordinación, técnicos, logísticos, de todo tipo. Ambas son zonas proclives a los desastres que han sufrido, no les ha tocado algo que no les sonase, y pese a ello la respuesta ha sido muy deficiente. Y, para rematar, en algo muy repugnante, sí que ha habido una total coincidencia entre ambos desastres, y es su uso en la bronca partidista local y nacional. Aquí está más que debatida y, para mi, no admite discusión la necedad mostrada por Carlos Mazón al frente de la Generalitat Valenciana (cada día que sigue es un insulto a toda la ciudadanía) y el aprovechamiento del desastre por parte de Sánchez para hundir a un gobierno del PP (si necesitan ayuda, que la pidan) obstaculizando el envío de recursos. En California, gobernada por los demócratas, el gobernador Gavin Newson está siendo blanco de graves acusaciones por parte de unos y de otros ante la inacción de los recursos del estado, los fallos que se han visto en los puntos de suministro de agua y retardante y, en general, la escasez de medios mostrada. Ante esto, los republicanos, con Trump a la cabeza, se han lanzado a mandar mensajes en las redes sociales donde muestran poca afección ante las víctimas y sí mucho ímpetu para criticar a los demócratas y, en especial, a Newson. En su momento el gobernador de California sonó como posible rival de Trump en el caso de que Biden lo dejase y, tras la retirada del candidato presidencial y la elección apresurada de Kamala como candidata, sus aspiraciones presidenciales parecieron verse atenuadas, pero para muchos era el auténtico tapado tanto en el caso de que Kamala ganase, como posible relevo, como sobre todo si perdía, como posible esperanza para el partido. Este desastre puede ser la tumba política de Newson, aunque se toma lecciones de Mazón y se atrinchera en el cargo por encima de los muertos y la catástrofe puede acabar sobreviviendo. Eso le exigiría arecer de escrúpulos y de cualquier tipo de ética, pero bueno, eso es lo que se lleva en estos tiempos en la inmensa mayoría de los que se presentan a cargos políticos.
Sí, tanto en Valencia como en California, el desastre ha sido visto por unos y otros como una nueva herramienta de enfrentamiento político, como una oportunidad para atacar al contrario. Aquí y allí, las víctimas de la tragedia han sido, para ambos, un estorbo, coste, una contrariedad a la que hay que evitar, despreciar, orillar. Si se puede, como en el caso de Margarita Robles, abroncar. Es como si cada partido rezase para que se produzca un horror semejante cada cierto tiempo en una región controlada por el otro para usarlo como munición en el enfrentamiento mutuo. El agua y el fuego pueden ser destructivos, sí, pero son poca cosa frente al odio humano, al cinismo político, al cálculo de los que escriben “relatos” y viven de las cenizas y fango que la naturaleza es capaz de diseminar por un territorio. Pobres de nosotros.
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