Hoy se celebra el día mundial en conmemoración del Holocausto. La fecha escogida se debe a un 27 de enero de 1945, en su avance hacia Berlín, las tropas soviéticas llegaron a la localidad polaca de Auschwitz y se encontraron con el campo de concentración que, a las afueras de la misma, constituía todo un complejo industrial de enormes dimensiones. Lo que allí hallaron era la prueba de un rumor que corría por Europa desde hacía ya años, pero que nadie había querido confirmar, muchos ni creer. La dimensión del horror que se escondía detrás de aquel conjunto de alambradas, barracones, hornos y pabellones sigue, hoy, siendo incomprensible.
Hace ochenta años del descubrimiento de algo así, y bastante menos tiempo desde que la humanidad es consciente, y doliente, por lo que allí pasó. Los supervivientes contaron su testimonio tras la liberación pero muchos no los escucharon porque no daban crédito. Fue más el trabajo de los historiadores, recopilando las pruebas que demostraban la idea y creación de esa red de campos de exterminio lo que acabó calando en la imagen global que las palabras de los pocos que lograron salir de esas instalaciones con vida. Y recordemos, no nos consta testimonio alguno de los que entraron en las cámaras, porque ninguno de ellos salió con vida. Auschwitz se ha convertido en sinónimo de horror, pero de un horror inconcreto, de una monstruosidad ausente. No son los campos nazis los mayores exterminadores que haya conocido la humanidad, quizás ese siniestro mérito hay que otorgárselo a los gulags rusos o a los centros de reeducación de la revolución cultural maoísta en la China de mediados del siglo XX, pero si han logrado alcanzar la relevancia que poseen es porque en esas instalaciones nazis se aúnan una serie de cosas que parecen antitéticas, pero que nos describen perfectamente como seres humanos. Sí, porque sólo inteligencias humanas serían capaces de concebir lugares de exterminio como Auschwitz, y desatar todo el proceso administrativo, industrial, logístico, necesario para que una instalación de ese tipo funcionara. Sólo los humanos son capaces de trabajar coordinadamente en equipo, de una manera concienzuda, fría, inteligente y razonada, para alcanzar el logro de un lugar así. El exterminio de una parte de la humanidad como proyecto de trabajo de otra parte es algo que sólo los humanos somos capaces de hacer. Y la manera tan eficiente, planificada con la que esa labor se desarrolla en los campos nazis es lo que llega a estremecer hasta la locura. Diseñar una instalación en la que se asesine a unas diez mil personas al día a su máxima capacidad de rendimiento es un reto para ingenieros, planificadores, encargados de planta... Auschwitz era una fábrica de muerte, y enfrentarse a esa idea produce un vacío total. La negación de lo que allí pasó no es nueva, existe desde el momento en el que se descubre, en parte por el deseo de quienes estaban involucrados en lo que pasó de no hacerse responsables de algo que iba a ser juzgado con dureza por el resto del mundo, pero ese negacionismo no sólo se dio entre los jerarcas nazis y quienes simpatizaban con sus ideas, no. Miles y miles de personas en todo el mundo secundaban en su momento la incredulidad por lo que se iba sabiendo al descubrir ese y otros campos. En parte hay un sentimiento colectivo de culpa (no supe que eso pasaba, no hice nada para evitarlo, quiero pensar que no sucedió) pero también hay una negación ante lo que parece ser algo impropio del hombre. No es posible que algo así sucediera. Simplemente no se puede planificar el exterminio de millones de personas porque es algo tan atroz que escapa al entendimiento humano, no hay maldad real que sea capaz de algo así, debe existir un monstruo, algo no humano que ha hecho eso, algo que no somos nosotros. Es una reacción comprensible, equivocada, escapista, pero real. La imagen de que los nazis no eran humanos es la más sencilla de implantar en unas mentes que no son capaces de asimilar lo sucedido. Eso no pudo pasar. Pero sucedió. Ocurrió y, por ello, puede volver a suceder.
Apenas quedan supervivientes de Auschwitz con vida. El paso del tiempo está a punto de convertir al campo de un lugar de memoria a un espacio de la historia. Y esa ausencia de testimonios es el principal factor de olvido, de que Auschwitz se vaya empequeñeciendo en el espacio de la memoria de las generaciones vivas, que la señal que de allí emana, la del mayor peligro para nuestra existencia, nuestro irracional odio, pueda volver a reencarnarse en ideologías nuevas, o en versiones modernas de las de siempre. Hoy habrá muchos dirigentes en el campo reclamando mantener una memoria viva, y millones de personas ausentes que actúan como si eso no hubiera sucedido. Si hay algo que jamás debiéramos olvidar en nuestra existencia es todo lo que allí sucedió, y todo lo que lo hizo posible.
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