lunes, enero 13, 2025

Los Ángeles sigue ardiendo

El cine de Hollywood nos ha acostumbrado a escenas de destrucción de dimensiones cada vez más aplastantes en las que las grandes ciudades, muchas veces del propio EEUU, sucumben ante catástrofes naturales o destructivos actos terroristas de lo más sombrío. Edificios arrasados, fallas, ruinas y demás clásicos de la catástrofe se suceden mientras algunos héroes, que protagonizan el relato, se salvan por los pelos o auxilian a desvalidos. Ya saben, la historia de superación en medio de la adversidad que infunde ilusión al espectador, azorado por descubrir cómo los protagonistas lograrán escapar de un destino tan destructivo.

En la realidad, ese destino parece ser inexorable. Aún es pronto para descartar que no llegue a suceder, pero el propio cartel de Hollywood ha estado a punto de sucumbir ante las llamas que asolan desde hace siete días a la gran ciudad norteamericana, una de las mayores del país. Los incendios, de origen forestal, avivados por los fortísimos vientos resecos del interior que suelen soplan en esta época, los llamados vientos de Santa Ana, se han extendido sin control por varias de las barriadas que forman la urbe, aunque realmente esos barrios son en sí mismo enormes ciudades residenciales formadas por miles y miles de viviendas unifamiliares que cubren gigantescas extensiones de terreno en un continuo urbano en el que es difícil determinar dónde empieza y termina cada uno. Si la ciudad norteamericana es una construcción desequilibrada en la que un centro compacto de rascacielos y edificios de gran volumen, destinados al negocio y la administración, están rodeados por enormes extensiones residenciales a las que sólo se puede acudir en coche, Los Ángeles es la versión exagerada de este modelo, con un centro poco definido y difícilmente visitable sin coche, y unos suburbios en los que los barrios, de nombres que se han hecho famosos en todo el mundo gracias al cine, se suceden unos tras otros hasta convertir a la urbe en una marcha poblada de dimensiones inabarcables. Pues bien, ahí es donde se está cebando el incendio, en un lugar para nada diseñado para que los bomberos y demás equipos de extinción puedan trabajar. Miles y miles de calles residenciales estrechas, llenas de casas unifamiliares y gran cantidad de vegetación, no dotadas de sistemas de abastecimiento de agua para incendio porque es imposible hacerlos en una estructura urbana tan liviana y extensa, en la que los camiones de bomberos apenas pueden circular. Sumen a esto el hecho de que, de tanto en cuanto, se sitúan elevaciones sobre el terreno en las que la vegetación, reseca, actúa como combustible para propagar un posible fuego descontrolado (Hill en inglés es colina, y todos los barrios que terminan en “Hill” acaban serpenteando por laderas más o menos abruptas) por lo que podrán hacerse una idea de las dificultades a las que se enfrentan unos medios de extinción completamente superados. A esta hora son dieciséis los fallecidos confirmados, se busca a varios desaparecidos, el número de evacuados supera ampliamente el centenar de mil y se cuentan por miles las viviendas que han sido destruidas por completo, desde las modestas hasta mansiones de las que quitan el hipo, pasando por cientos y cientos de casas de clase media suburbial que ahora no son sino ceniza y ruina. Con la previsión de que los vientos vuelvan a arreciar a partir de hoy, tras una tregua que ha durado el fin de semana, es difícil dar un pronóstico sobre cuándo se va a conseguir apagar el que ya es el mayor desastre en la historia de la ciudad. Los medios destinados a combatir el fuego son enormes pero, aun así, no son suficientes, y al sensación de que las autoridades del estado y las federales no están haciendo todo lo posible se extiende entre una población cuya angustia no deja de crecer.

La cicatriz urbana que estos incendios está causando en el tejido de Los Ángeles se mide ya en decenas de kilómetros cuadrados calcinados. El balance económico de lo que está sucediendo es devastador, con cifras en las que el centenar de miles de millones de dólares empieza a ser una unidad de cuenta, y las consecuencias a futuro para todos aquellos que han perdido su casa serán absolutas. Nada arrasa tanto como un incendio, nada destruye como el fuego. Propiedades, recuerdos, vidas y paisaje se han perdido para siempre en una ciudad tan de película, que ahora sí que está viviendo una catástrofe de verdad. Y no, aquí los héroes no son famosos ni logran salir indemnes.

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