martes, enero 21, 2025

Trump ya es el emperador

Pues sí, Trump ya ha jurado su cargo y preside los EEUU, el país más poderoso del mundo y el que más influencia tiene en todo lo que sucede a lo largo y ancho del planeta. Por ahora, se podría añadir, pero de momento así es, y más vale que seamos conscientes de ello. En una ceremonia atípica, en el interior del Capitolio, por el gélido temporal de frío que se abatía sobre la capital, en medio de numerosas apelaciones a Dios, a la grandeza de América (léase EEUU) y el destino manifiesto como creencia común de todos los presentes, JD Vance como vicepresidente y Trump como emperador juraron su cargo y accedieron al poder duro más efectivo que se conoce. A partir de hoy, parte de nuestro destino está en sus manos.

El discurso de Trump posterior a su firma no contuvo muchas sorpresas, si no consideramos como tales que algunas de las extravagancias que había dicho días atrás las repitiera, ahora ya no como uno más sino como presidente envestido. Fue una alocución de obvio toque nacionalista, identitario, en la que se puede probar a cambiar las referencias a EEUU por Cataluña y podíamos estar escuchando a un doblador en inglés de Puigdemont. Trump sigue anclado en la mentalidad ochentera, considera que esa fue la época dorada de EEUU (no es cierto) y promete volver a ella, a un pasado que ya sólo existe en la memoria de quienes lo vivieron. Mientras decía esas cosas, a pocos pasos del atril, se encontraban los dirigentes de las mayores empresas tecnológicas del país, o lo que es lo mismo, las mayores empresas del mundo, con el desquiciado Elon Musk a la cabeza. Hablaba Trump de un presunto pasado glorioso y la gran empresa norteamericana jamás ha dominado el mundo ni alcanzado los niveles de capitalización y beneficio que registran los gigantes de Silicon Valley. Para que se hagan una idea, los cutres amaños de poder que ayer les comentaba de nuestro desgobierno en Telefónica se producen en una empresa que capitaliza en bolsa más o menos el 1% de lo que lo hace Nvidia, o Microsoft o Apple, por nombrar a las más gordas. Es una dimensión de poder económico sin parangón. Escuchar, con ese auditorio, un discurso mercantilista propio del siglo XIX por parte de un sujeto que no sabe de economía mucho más allá de lo que puede aumentar de valor un suelo cuando se recalifica para construir una de sus torres es desalentador, pero, como antes les señalaba, es lo que ahí, y más vale que lo asumamos. El conjunto de decisiones que vaya a tomar Trump, algunas extrañas, otras aberrantes, muchas sorprendentes, va a estar marcado tanto por esa visión suya de un mundo que ya no existe sino en sus recuerdos como con la idea de que todo es un juego de suma cero, una visión que comparten muchos desde posiciones ideológicas presuntamente opuestas, pero que son idénticas, aunque se vistan de ropajes distintos. El mundo como una suma cero en la que lo que yo gano es lo que tu pierdes y viceversa, una competición en la que las pérdidas y ganancias se autocompensan, un mundo en el que no existe el crecimiento. Para Trump no hay socios o amigos, sino rivales para sus intereses y colaboradores necesarios para lo que surja. Si alguien le es útil para sus fines le premiará, sino le castigará, pero con el interés propio por bandera, sin tener en cuenta en ningún caso ni el interés colectivo de la humanidad ni otro tipo de asociaciones, sean de tipo militar, económico o de cualquier otro. Esa visón trumpista, falsa, errónea, incompleta, va a condicionarlo todo, y para naciones débiles como somos las europeas va a suponer un reto colosal, al enfrentarnos a un mundo en el que nosotros no somos capaces de competir de tú a tú contra los grandes. En una liga en la que EEUU y China pueden ser líderes mundiales, la necesidad de alianzas para cada uno de ellos puede verse como una carga para algunos de los estrategas de ambos imperios. Es esa palabra, imperio, una de las que más vamos a escuchar en este tiempo que empieza, en el que los designios de Washington ya no van a ser la expresión de un deseo compartido, sino órdenes ejecutivas fundamentadas en su propio, exclusivo y, mal entendido, único interés.

En una de sus última decisiones, traicionando nuevamente a su legado, el ya expresidente Biden extendió un indulto preventivo para toda su familia, en previsión de las causas legales que les puedan afectar y lo que Trump tuviera planeado. Tras ello, el que el nuevo presidente haya decidió indultar ya a más de mil implicados en el asalto al Capitolio de hace cuatro años, promovido por él, sigue resultando humillante, pero desde el lado del partido demócrata no es tan criticable como antaño. Más similitudes entre Trump y el sedicioso “Puchi”. Para la democracia liberal, ayer fue un mal día, y me temo que vendrán otros peores.

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