martes, enero 07, 2025

Cuatro años del asalto al Capitolio

Hace cuatro años, mientras la tormenta Filomena se abatía sobre el centro de España y dejaba a Madrid y otras localidades sepultadas bajo una de las mayores nevadas que se recuerdan, en EEUU se produjo el infame asalto al Capitolio por parte de una tropa de histéricos alentados por el entonces presidente Trump, que estaba a un par de semanas de dejar de serlo. Vimos aquellas escenas con una mezcla de miedo y estupefacción, sin creérnoslas del todo, pensando que era una película de muy mal gusto y que, en cualquier momento, los títulos de crédito nos recordarían que estábamos ante una ficción, pero no, fue cruelmente real. Los muertos que causó también.

Hoy, cuatro años después, en Madrid ha hecho un día de invierno normalito y es Washington la ciudad sepultada bajo la nieve, aunque allí eso en invierno no sea demasiado raro. Y en el Capitolio se ha repetido la liturgia mediante la que las cámaras recuentan los votos electorales y dan validez a la elección del próximo presidente del país, que vuelve a ser Trump. Esta vez, como casi siempre, la facción perdedora de las elecciones ha acatado el resultado, como debe suceder en toda democracia, y no ha organizado turbas de amenazadores que impidan que el acto previsto se llevara a cabo. Kamala Harris, vicepresidenta aún durante dos semanas, presidenta por ello del Senado, y rival derrotada en las elecciones de noviembre, es la que ha certificado, junto a Mike Johnson, presidente de la cámara de representantes, republicano, que Trump consiguió 312 votos electorales, una enorme mayoría en el colegio electoral, siendo su victoria indiscutible. Si hace cuatro años era la de Biden la victoria que no tenía apelación posible, ahora vuelve a ser Trump, tras su pretérito triunfo de 2016, el que se va a hacer cargo del despacho más famoso del mundo. No hubo amaño electoral en EEUU ni en 2016 ni en 2020 ni en 2024. No ha habido robos, estafas, trampas ni cosas por el estilo en el sistema electoral de aquel país, sólo victorias concedidas a unos y otros como resultado del juego electoral y la decisión de los votantes, así de simple y sencillo. La gran diferencia entre unos y otros es que en 2020 Trump no acepó su derrota e intentó subvertir el proceso electoral justo al final, cuando la legalidad da forma a lo que las elecciones han determinado. La lógica de Trump es muy sencilla. Si gana él, el proceso es limpio, si pierde, está amañado, porque sólo contempla que pueda ganar él. Esta idea fuerza, propia de un crío de un par de años, es la que ha determinado la política estadounidense en los últimos ocho y, en el fondo, está en la base de la mayor parte de dictaduras que en el mundo son y han sido. La creencia, por parte de algunos, de que sólo ellos tienen el derecho al gobierno, y que si algún otro se hace con el poder es una usurpación ilegítima que debe ser revertida, por la fuerza si es necesario. Desde 1776, fecha de su independencia, en EEUU se ha respetado la norma fundamental referida al traspaso del poder en una democracia, una norma tan simple como profunda, que es la de que el que pierde acepta la derrota y deja al ganador gobernar. Mientras que en Europa hemos tenido insurrecciones, golpes, guerras y desastres de todo tipo a cuenta de unos y otros, que consideraban el poder como algo propio, EEUU se ha mantenido al margen y nunca, nunca se había producido un levantamiento en contra de una elección democrática. Esa es la principal razón por la que, cuando desde España, por ejemplo, nación en la que llevamos en democracia desde hace menos de cincuenta años, se dan lecciones de pluralismo y libertades a otros países, y sí, también a EEUU, me entra la risa floja. No hay nada más audaz que la ignorancia y el atrevimiento, y que nuestras naciones muestren esa superioridad moral ante la cuasi eterna resistencia de la libertad en EEUU es, como pocp, patético.

En el párrafo anterior, cuando he dicho que no se habían producido insurrecciones en EEUU he tenido que emplear, tristemente, un verbo conjugado en pasado, porque sí, en 2021 se dio un proceso golpista en toda regla, alentado y apoyado desde el poder ejecutivo, con una toma del legislativo tan chusca como la de los espadones españoles del siglo XIX. Fracasó, afortunadamente, pero es ya una de las principales manchas en la historia de aquel país. Dentro de dos lunes, el 20, Trump jura el cargo y se convertirán en presidente, y una de sus promesas es la de amnistiar a los golpistas de ese asalto al Capitolio. La vergüenza, si lo hace, puede ser enorme.

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