miércoles, enero 08, 2025

¿Una invasión en Groenlandia?

Curiosamente, conozco a una persona, CGM, que estuvo el año pasado de vacaciones en Groenlandia. Ella, amante de la naturaleza y los lugares fríos, fue con su marido a pasar varios días en esa enorme isla, en la que se visitan algunos de sus glaciares, montañas y villorrios, dada la muy escasa población que reside de manera permanente en ella. Volvió contenta con lo que había visto, aunque no con ganas de hacerse con la isla para sus dominios. Lejana y difícil de acceder para alguien que vive a este lado del Atlántico. Y aunque a mi amiga le guste lo del frío, supongo que estar todo el año con capas de hielo perpetuas puede agotar a cualquiera.

A Trump le gusta Groenlandia, y no precisamente para residir, porque él está más cómodo en su residencia de Florida (en esto le tengo que dar la razón). Durante su primer mandato soltó la posibilidad de comprarse la isla y se dirigió expresamente al gobierno de Dinamarca, nación que controla la soberanía del enclave. La cosa no fue a más y los chistes y las gracietas se sucedieron por todas partes, aunque sospecho que para los daneses la intención del magnate no sería nada divertida, y saberse que una parte de su país, lejana, forma parte del deseo de alguien como Trump no es tranquilizador. Tras su marcha del poder todo eso pasó al conjunto de anécdotas de la alocada presidencia de Donald, pero con la llegada de nuevo al poder del personaje empezaron los rumores. Y no tardaron en convertirse en certezas. Trump ha dejado claro en bastantes mensajes por escrito en su propia red social que posee aspiraciones territoriales expansionistas, así, como suena, que las fronteras de su país es algo sobre lo que él decide, y que se le quedan cortas. En orden de locura, sus ojos se han puesto en el canal de Panamá, Groenlandia y Canadá, la inmensa nación vecina del norte, a la que quiere incorporar como un estado más. Eso me parece un disparate monumental, y está por ver si decide hacer algo al respecto (ojo al chantaje comercial que les puede llegar a plantear) pero los otros dos objetivos, el canal y la gran isla, no son tonterías, no. El primero forma parte de la infraestructura global de comunicaciones del mundo, clave para el comercio y la logística, y EEUU ya ha tenido concesiones y poder efectivo sobre el mismo hace ya algunas décadas. La gran isla del norte, casi vacía de gente, está llena de recursos minerales de enorme valor, capaces de hacer la competencia a China en el control de las llamadas tierras raras. Además, por su posición, es un lugar clave en las posibles rutas comerciales marítimas que pueden abrirse a medida que el calentamiento global permite la circulación de barcos por el polo norte con una mayor seguridad, lejos de banquisas heladas. Ambas localizaciones forman parte de la soberanía de dos naciones distintas, Panamá y Dinamarca, que apenas comparten vínculos, pero que son entes reconocidos en el contexto global, poseedores de derechos legales. La alternativa de que puedan vender territorios o activos se antoja confusa, improbable hasta el extremo. Por eso que el nuevo gobierno de Trump recurra a ofertas comerciales, por disparatadas que sean, no va a cambiar las cosas. De ahí que, ante la pregunta que ayer le hizo un periodista sobre si descartaba el recurso militar Trump contestase con un rotundo no, todo el mundo levantó la ceja y se puso a especular sobre si es realmente posible que, con el magnate ya en el poder, se produzca una intervención militar por parte del ejército de EEUU y tome por la fuerza esos dominios. Suena disparatado, inverosímil, lo que ustedes quieran, pero dado cómo es Trump no resulta, ni mucho menos, descartable. Si considera que sus intereses están por encima de todo lo demás y decide actuar unilateralmente, ¿qué opciones tenemos el resto del mundo para evitarlo?

Sólo plantearse el hecho de que algo así pueda suceder nos pone encima de la mesa una de las grandes cuestiones que estamos viviendo en este tiempo y que nadie quiere afrontar. Durante gran parte de las décadas pasadas, principalmente desde el fin de la IIGM, hemos vivido en un mundo de reglas, de soberanías nacionales y de respeto a las fronteras soberanas, en gran parte por que las grandes potencias, con EEUU a la cabeza, lo han impuesto. Si esto se desmonta y EEUU, China o Rusia actúan sin cortapisas y sólo en función de sus intereses, la gran pregunta que nos toca responder a las naciones que no tenemos capacidad militar no es ya cómo vamos a gestionar esta situación sino, directamente, cómo nos defenderemos. Ahora mismo en Dinamarca esa pregunta no es nada retórica. Es de una crudeza inquietante.

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