miércoles, octubre 22, 2025

El Louvre es Francia

En este caso sí puedo decir que he visitado el museo del Louvre. Lo hice en mi segundo viaje a París. En el primero opté por no acudir a museo alguno y contemplar la ciudad, que es desbordante, y ya en el segundo entré en alguno de los muchos que están por la ciudad. El Louvre me dejó sensaciones encontradas. Aplastante por la dimensión del edificio, su suntuosidad y por todo lo que allí se exhibe. Es un edificio apoteósico que, por ejemplo, deja a Versalles convertido en la casita del perro. Aún vacío el Louvre es una barbaridad que merece una visita intensa por el mero hecho de acceder a semejante edificio. Es lujo y poder sin límite.

En sí, el museo me pareció un caos apelotonado. Los accesos, modernizados tras las obras de la pirámide de Ming Pei en el patio, se habían quedado ya pequeños para la marabunta que trataba de acceder, todos con entradas ya compradas. En general la circulación interior era difícil, y el principal consejo que uno puede recibir si lo visita es no acercarse a la zona de la Mona Lisa ni a la de la Victoria de Samotracia, porque aquello va a estar siempre como los andenes de cercanías de Atocha. El espectáculo en ese caso no es la obra expuesta, y las que le rodean, sino la aglomeración de gente que allí se encuentra. En el resto del museo la densidad humana disminuye y hay zonas de gran interés poco frecuentadas que se pueden ver sin apelotonarse. Vi muy mala educación por parte de visitantes y grupos organizados con respecto a los vigilantes, personal de sala y demás empleados del museo, escenas que en España no he contemplado en ningún caso, y la sensación de que el control del espacio estaba en manos de los encargados de mover a los turistas. Respecto a la seguridad, cualquier apreciación que uno pueda tener es errónea, porque carece por completo del conocimiento real de los sistemas, visibles y no, que están instalados y que garantizan que las obras expuestas ni sean dañadas ni sustraídas. La impresión de que algunas zonas del museo tenían el ambiente propio de la Gran Vía madrileña debilitaba la sensación de posible seguridad que pudiera existir, y casi uno esperaba que el siguiente grupo de orientales que entraba por una puerta decidiera, motu proprio, llevarse alguno de los cuadros expuestos, así, por las buenas, tras haber decidido entre los miembros de la manada cuál era el preferido. Mientras deambulaba por allí hacía algunas ligeras cuentas sobre el precio de la entrada y las miles de personas que se encontraban en el interior, imaginando unas cifras de facturación millonarias, por no hablar de las relativas a las ventas de merchandising, recuerdos y servicios como el de cafetería. El Louvre es, en sí mismo, una fabulosa máquina de generar ingresos. Es evidente también que los costes de mantenimiento de edificio son enormes y su gestión diaria debe suponer un presupuesto disparatado, tanto en personal como en suministros, pero uno tenía la sensación de que estaba ante un negocio rentable, que proporcionaba más ingresos que gastos. Y, dado el carácter patrimonial de la institución, contando con la garantía del estado francés para solventar cualquier tipo de apuro que se pueda sufrir en forma de obras, reformas o cualquier otro tipo de intervención que, por las características del complejo, pueden resultar bastante más complicadas que las que se llevan a cabo en edificios modernos. De hecho, a principios de este año, Macron presentó un plan de reforma general en el que se hacía mucho hincapié tanto en la modernización de las instalaciones como en la reforma de los sistemas de acceso, y se abría la posibilidad, debatida desde hace tiempo, de que para garantizar la supervivencia de la instalación, hubiera dos entradas reales, una a todo sin la Mona Lisa y otra exclusivamente para ella, de tal manera que la obsesión que genera esa obra, absurda a mi entender, no acabe por destruir la experiencia de visitar el conjunto de la colección y desborde por completo las infraestructuras del museo. En ese plan también se habló de la seguridad, de cuestiones como la conservación de cubiertas, ventanas y otro tipo de elementos que empezaban a ser denunciados por los empleados del museo por su deterioro. Macron dijo que tranquilos, que todo se iba a estudiar, financiar y mejorar.

El robo de joyas napoleónicas producido este fin de semana en una de las galerías del museo ha dejado sorprendido a casi todo el mundo salvo, al parecer, a los empleados de seguridad de la institución, que empezaron a comentar en los medios los parches con los que llevan tiempo trabajando. El golpe, audaz, de película, ha dejado en entredicho a toda la gestión del museo y ha supuesto un golpe moral, otro, más, a una Francia que va camino de una crisis psicológica profunda, en la que lo económico, lo político y social presentan grietas que no dejan de extenderse. Para “grandeur” los fallos que han facilitado la acción a los delincuentes.

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