Probablemente quienes más vayan a sentir el final de la OPA del BBVA al Sabadell van a ser los responsables de los medios de comunicación que, durante este año y medio, han visto como ambas entidades los han bombardeado con campañas publicitarias de uno y otro signo, contribuyendo a engordar sus cuentas de resultados. Ha habido días absurdos en los que uno entraba en una web de noticias y veía banners, espacios publicitarios que enmarcan la web, tanto de una entidad como de otra, y es que ¿para qué, como soporte, vas a renunciar a dos ingresos si ambos llaman a tu puerta?. Es el mercado, amigo, que diría el otro.
En la OPA
en sí el mercado ha funcionado parcialmente. Desde que todo este asunto empezó
he leído a los que saben de banca más que yo y, en general, coincidían en dos
aspectos. Uno, que no le veían demasiado sentido económico a la integración de
ambas entidades desde el punto de vista bancario, era una operación de
sinergias escasas, para usar una terminología habitual en este tipo de asuntos.
La otra opinión era que el BBVA era cicatero en el precio, estaba dispuesto a
pagar poco por el Sabadell, y la oferta monetaria que hacía a sus accionistas
no era tan irresistible como uno pudiera pensar. Partiendo de estos mimbres, se
veía que era una operación con elevado riesgo de fracaso por parte del banco
que deseaba comprar, pese a la diferencia de tamaño entre ambas entidades y la
sensación de que, habitualmente, el pez grande se come al chico. Lo que también
se vio desde el principio de este proceso es que la política iba a jugar un
papel relevante. El nacionalismo catalán dejó bien claro desde el principio que
se oponía a que una entidad tan imbricada en el tejido económico y social de Cataluña
pudiera dejar su centro de decisión fuera del alcance de la región. El PSC,
filial nacionalista del PSOE en la región, se alineó claramente con esta tesis
y de ahí a arrastrar al gobierno nacional no medió ni un paso entero. El
gabinete de Sánchez empezó a obstaculizar la OPA en cada una de las decisiones
que podía tomar desde su competencia, y desde fuera de ella, y enseguida se vio
que las dificultades del comprador no eran sólo económicas, sino también políticas
(inenarrable episodio el de la consulta pública que el Ministerio de Economía
abrió en su web con un cutre formulario en Word). Torres, presidente del BBVA, empezó
a recibir mensajes de que su operación iba a ser boicoteada desde instancias
muy altas, y que lo mejor era renunciar a ella. La ejecutiva del Sabadell tiró
de arraigo y patria catalana, usando tanto argumentos reales como el gran flujo
de crédito a las PYMES locales que la entidad suministra, por encima de la
media del resto de financieras en la región, como argumentos de terruño, de historia,
de nombre de la marca y de compromiso local, lanzando guiños al nacionalismo
burgués catalán sin cesar. Las decisiones que el Ministerio de Economía o la CNMC
iban tomando sobre el devenir de la OPA no eran de imposibilitarla
directamente, pero sí de ir aumentando sin cesar requisitos, restricciones,
salvaguardas y demás de tal manera que los costes de la operación no dejarían
de incrementarse si al final tuviera lugar. Vista desde fuera, la OPA era cada
vez menos rentable para el BBVA, partiendo como he señalado de una posición en la
que no resultaba ser la mejor jugada financiera imaginable, y por lo bajinis
propios y ajenos achacaban a la cabezonería de la presidencia del banco
mantener una acción que se veía ya con más inconvenientes que ventajas. En fin,
hace unas semanas llegó el momento real de la OPA, en el que se abre la posibilidad
para el accionista para realizar el proceso de canje de títulos. Si en una primera
fase se alcanzaba el 50% de la entidad catalana, hecho, sino, se debía superar
el 30% para repensar la idea de una segunda fase de compra, se supone que a un
precio mayor, aunque esto, lo de la subida de precio, era desmentido en todo momento
por el BBVA, para no retraer a los que pudieran acudir a la primera fase.
Terminada esa primera fase, el BBVA había alcanzado un capital del Sabadell de, más o menos, el 25%, lejos de ese umbral del 30%, y a una distancia enorme del necesario para hacerse realmente con la entidad. Esa cifra de la cuarta parte del capital era un fracaso y, esta vez sí, el banco comprante lo reconoció con velocidad. Carlos Torres salió en uno de sus vídeos admitiendo que la operación no era viable y que se retiraba, aunque él no dimitía, (porque eso en España es de pringados, ya saben, lecciones prácticas del sanchismo). Festejo de la cúpula del Sabadell en una escena extravagante en su sede social y, en bolsa, disparo de la acción de BBVA y caída abrupta del Sabadell. Se acabó el culebrón y la publicidad infinita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario