lunes, octubre 20, 2025

La OPA frustrada

Probablemente quienes más vayan a sentir el final de la OPA del BBVA al Sabadell van a ser los responsables de los medios de comunicación que, durante este año y medio, han visto como ambas entidades los han bombardeado con campañas publicitarias de uno y otro signo, contribuyendo a engordar sus cuentas de resultados. Ha habido días absurdos en los que uno entraba en una web de noticias y veía banners, espacios publicitarios que enmarcan la web, tanto de una entidad como de otra, y es que ¿para qué, como soporte, vas a renunciar a dos ingresos si ambos llaman a tu puerta?. Es el mercado, amigo, que diría el otro.

En la OPA en sí el mercado ha funcionado parcialmente. Desde que todo este asunto empezó he leído a los que saben de banca más que yo y, en general, coincidían en dos aspectos. Uno, que no le veían demasiado sentido económico a la integración de ambas entidades desde el punto de vista bancario, era una operación de sinergias escasas, para usar una terminología habitual en este tipo de asuntos. La otra opinión era que el BBVA era cicatero en el precio, estaba dispuesto a pagar poco por el Sabadell, y la oferta monetaria que hacía a sus accionistas no era tan irresistible como uno pudiera pensar. Partiendo de estos mimbres, se veía que era una operación con elevado riesgo de fracaso por parte del banco que deseaba comprar, pese a la diferencia de tamaño entre ambas entidades y la sensación de que, habitualmente, el pez grande se come al chico. Lo que también se vio desde el principio de este proceso es que la política iba a jugar un papel relevante. El nacionalismo catalán dejó bien claro desde el principio que se oponía a que una entidad tan imbricada en el tejido económico y social de Cataluña pudiera dejar su centro de decisión fuera del alcance de la región. El PSC, filial nacionalista del PSOE en la región, se alineó claramente con esta tesis y de ahí a arrastrar al gobierno nacional no medió ni un paso entero. El gabinete de Sánchez empezó a obstaculizar la OPA en cada una de las decisiones que podía tomar desde su competencia, y desde fuera de ella, y enseguida se vio que las dificultades del comprador no eran sólo económicas, sino también políticas (inenarrable episodio el de la consulta pública que el Ministerio de Economía abrió en su web con un cutre formulario en Word). Torres, presidente del BBVA, empezó a recibir mensajes de que su operación iba a ser boicoteada desde instancias muy altas, y que lo mejor era renunciar a ella. La ejecutiva del Sabadell tiró de arraigo y patria catalana, usando tanto argumentos reales como el gran flujo de crédito a las PYMES locales que la entidad suministra, por encima de la media del resto de financieras en la región, como argumentos de terruño, de historia, de nombre de la marca y de compromiso local, lanzando guiños al nacionalismo burgués catalán sin cesar. Las decisiones que el Ministerio de Economía o la CNMC iban tomando sobre el devenir de la OPA no eran de imposibilitarla directamente, pero sí de ir aumentando sin cesar requisitos, restricciones, salvaguardas y demás de tal manera que los costes de la operación no dejarían de incrementarse si al final tuviera lugar. Vista desde fuera, la OPA era cada vez menos rentable para el BBVA, partiendo como he señalado de una posición en la que no resultaba ser la mejor jugada financiera imaginable, y por lo bajinis propios y ajenos achacaban a la cabezonería de la presidencia del banco mantener una acción que se veía ya con más inconvenientes que ventajas. En fin, hace unas semanas llegó el momento real de la OPA, en el que se abre la posibilidad para el accionista para realizar el proceso de canje de títulos. Si en una primera fase se alcanzaba el 50% de la entidad catalana, hecho, sino, se debía superar el 30% para repensar la idea de una segunda fase de compra, se supone que a un precio mayor, aunque esto, lo de la subida de precio, era desmentido en todo momento por el BBVA, para no retraer a los que pudieran acudir a la primera fase.

Terminada esa primera fase, el BBVA había alcanzado un capital del Sabadell de, más o menos, el 25%, lejos de ese umbral del 30%, y a una distancia enorme del necesario para hacerse realmente con la entidad. Esa cifra de la cuarta parte del capital era un fracaso y, esta vez sí, el banco comprante lo reconoció con velocidad. Carlos Torres salió en uno de sus vídeos admitiendo que la operación no era viable y que se retiraba, aunque él no dimitía, (porque eso en España es de pringados, ya saben, lecciones prácticas del sanchismo). Festejo de la cúpula del Sabadell en una escena extravagante en su sede social y, en bolsa, disparo de la acción de BBVA y caída abrupta del Sabadell. Se acabó el culebrón y la publicidad infinita.

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