Ayer por la mañana a más de uno le empezaron a surgir los sudores fríos del apagón, el recuerdo de ese infausto día de abril en el que todo se fue a negro y nada funcionaba. Cajeros, terminales de venta, pago con tarjetas, aplicaciones web, un montón de sistemas dejaron de funcionar en medio mundo. El que la máquina de café y las luces del local en el que más de uno se encontraba a media mañana siguieran en marcha tranquilizó rápidamente a la mayoría. No, no se había ido la luz, pero algo pasaba, porque no iban un montón de cosas que nos son naturales, todas ellas relacionadas con nuestro teléfono e internet.
Lo de ayer fue una muestra de lo que sucede si la nube se cae. Esta expresión, tan poética, hace referencia a algo tan masivo, ruidoso y sólido como la infraestructura de soporta y guarda los datos globales, y que permite acceder a ellos desde cualquier parte del mundo. Cuando usted se conecta al correo electrónico realmente esos mensajes que aparecen en su pantalla no están en su dispositivo, sino en un ordenador con un enorme respaldo de datos que se encuentra en Virginia, Colorado, Shenzhen o en otra parte del mundo difícil de imaginar. La nube son edificios feos, con aspecto de nave industrial, que alojan millones de servidores y discos duros en los que se mantiene la información que consumimos a diario. Conectados a la red, alimentados con energía de manera permanente, permiten que de igual dónde nos encontremos y cuando, si tenemos acceso a la red lograremos llegar a nuestros datos, que están en ese anodino pabellón industrial de las afueras que parece otra nave logística más. La nube aloja la mayor parte de las webs de internet, la inmensa mayoría de las fotos y vídeos de cada uno, y es el soporte básico para el negocio de empresas en todo el mundo, que la usan como servicio de alquiler de software, espacio de datos, apps y todo tipo de requerimientos. Todo va bien si la conectividad y los sistemas se mantienen, pero si en alguna de esas naves poco vistosas pasa algo y se desconectan del sistema empezará una cascada de fallos a lo largo de todo el mundo, fallos que afectarán a millones de particulares, que de repente no pueden acceder a su correo, consultar en su app favorita la actualización de lo que desean o cosas por el estilo, y fallos en miles y miles de empresas que, de golpe, no pueden acceder a sus menús de trabajo, o a sus datos, o mostrar en la pantallas facturas y cobros, o realizar transacciones financieras, o llamadas, o lo que sea. La dimensión y alcance de un fallo de este tipo depende de la cantidad de clientes que se vean afectados y la densidad de la red que conformen, la conectividad que tengan entre ellos, pero es seguro que va a tener un impacto elevado, potencialmente global. La mayor parte de los centros de datos que sostienen la nube están en manos de empresas norteamericanas. Sólo Amazon, Microsoft y Google superan los dos tercios de ese mercado global, y la mayor de todas, Amazon Web Services, AWS, es un tercio de la nube del mundo. De media una de cada tres fotos, intimidades, transacciones financieras, operaciones de compra y venta, post de red social o cualquier otro tipo de actuación digital que usted pueda imaginar pasa por los servidores de AWS, que custodian esa información y sus flujos. Tradicionalmente todos estos sistemas se construyen con la tecnología de espejo, es decir, se duplica o triplica la información en lugares diferentes de tal manera que es uno de ellos el que en un momento dado está conectado a la red de datos global, y el resto sólo copian, para que si el conectado sufre algún problema y debe desenchufarse uno de los de respaldo se conecte automáticamente y, de manera transparente, parezca que no ha pasado nada. Este sistema, basado en la redundancia, es costoso, caro y complicado de mantener, pero es el más seguro para garantizar que el servicio no va a ser interrumpido en ningún caso. El respaldo, normalmente, está a cientos o miles de kilómetros del principal para que los sucesos locales que afectan a uno no existan para otro.
Pues bien, ayer algo falló y los sistemas de AWS se cayeron en todo el mundo, ocasionando una perturbación global que generó enormes disrupciones durante horas, principalmente durante la mañana del horario europeo, siendo solventadas a lo largo de nuestro mediodía, amanecer en EEUU. Esto se traduce, seguro, en millones de euros en pérdidas para clientes de todo tipo, anécdotas divertidas o nada graciosas, y una muestra de que la vulnerabilidad de nuestros sistemas de vida, dependientes en extremo de la red, se vuelve a poner de manifiesto ante un fallo que Amazon deberá estudiar y explicar detalladamente. Nuevas tecnologías, nuevas ventajas, nuevos riesgos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario