Es curioso, pero muchas de las cosas que hacemos habitualmente se basan en la confianza absoluta que poseemos en las demás personas, y en el trabajo que desempeñan. Si cogemos una bici y pedaleamos con fuerza nos fiamos de quién la ha hecho, pensando que no se va a romper una de esas finas y estilizadas ruedas, y si nos subimos a un tren o a un avión nos dejamos plenamente, confiados la mayoría, en las manos de aquellos que gobiernan esos aparatos. Nos tiramos y nos fiamos de que alguien nos recogerá.
A medida que aumenta la confianza de la sociedad en sus miembros se pueden ir relajando las barreras y controles que se autoimpone, y pude que lo del metro de Bruselas sea un gran ejemplo de todo esto. Cuando entré en él al primera vez ví unas máquinas para cancelar el billete, muy similares en su formato a las que se usan en el Bizkaibus, pero no vi ni tronos ni barreras de entrada que se abrieran al meter la tarjeta. Únicamente una línea roja pintada en el suelo avisaba que era obligatoria cruzarla habiendo validado el billete previamente. Esto me sorprendió, pero supuse que sería a la salida cuando me encontraría con la barrera. Mi sorpresa fue enorme al ver como al llegar a mi destino no había ningún tipo de obstáculo, sólo uan tímida línea roja pintada en el suelo. Visto lo visto, e imbuido de las costumbres nacionales, hice una burrada de viajes en metro sin pagar casi ninguno, porque encima no es que hubiese demasiados vigilantes revisando a los viajeros (de hecho sólo ví un día a empleados del metro, pero parecían estar revisando algún problema técnico en una estación, no otra cosa). Y claro, luego me puse a pensar que si en Madrid hay gente que salta los tornos con una agilidad portentosa, con un estilo anterior al de Dick Fosbury (y luego en salto de altura no ganamos nada, incomprensible) me imaginaba que sucedería si decidimos quitar tornos, canceladoras y demás en las estaciones de Madrid, Barcelona, Bilbao, etc, y pintamos líneas en el suelo. Intuyo que en pocas semanas las empresas municipales correspondientes quebrarían sin remedio, porque aquí nadie pagaría el billete. Y eso es otro punto importante, porque en Bruselas Sí había gente que lo pagaba, e incluso se organizaban colas en las máquinas y algunos perdían trenes por estar en ellas. Era una muestra de civismo y de cumplimiento de la norma, y de confianza en ella, impresionante.
¿Quiere decir todo esto que aquí no nos fiamos de la gente? Pues puede ser que sí, aunque de todo hay. Desde luego el grado de picaresca nacional desborda los ingenuos límites que se usan en Europa continental, y sería interesante saber porqué esto es así, y porqué la historia ha generado este comportamiento. ¿Poso de la secuencia de gobiernos incompetentes que hemos sufrido desde el pleistoceno inferior? ¿Media de supervivencia de la población ante los abusos del poder? ¿Morro puro y duro? No lo se, pero es algo que no deja de llamarme la atención cada vez que, menos de lo que debiera, salgo fuera de España.
1 comentario:
Hola David,
Esto que describes lo he vivido en los países que he visitado los últimos años en mis vacaciones: Canadá, Suiza y Finlandia. No sé si por un tema de cultura, educación o genética, el caso es que los ciudadanos de estos lugares insisten en fiarse del prójimo y en ninguno de ellos me encontré con un revisor de tren, ni pica de autobus. En Finlandia recuerdo que al ir a montarme en el ferry que lleva a Suommenlinna le mostré mi ticket al marinero que estaba en la entrada del portón, y me miró alucinado como diciendo: "¿De dónde has salido tú?".
No puedo imaginar lo mismo aquí. En el tema del transporte público, como en muchas cosas, está tácitamente aceptado que si puedes ahorrarte unos euros, no hay nada malo en ello. De hecho, si hubiese una forma de defraudar masivamente impuestos estoy seguro de que no habría dinero para una sóla escuela o hospital. Yo creo que debe ser un tema genético...
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