Veamos, magos de las matemáticas, el ingenio y las cábalas. Afilen sus lápices, calienten sus bolígrafos y extiendan las hojas blancas sobre la mesa. En una ciudad como Madrid, de tres millones de almas censadas, otras muchas residentes pero no censadas, como la mía, y otras residentes, no censadas y que no constan en ningún lado, ni aquí ni en sus teóricos países de nacimiento, ¿qué probabilidad hay de encontrarse a una conocida en el metro? ¿Y lo que es aún más, encontrarse a dos por separado?
Pues no se lo que saldrá, pero el Sábado debí hacer la primitiva, porque seguro que me hubiese tocado. Fui por la tarde noche al nuevo Ikea del nuevo ensanche de Vallecas, a comprar unas pocas cosas, y cómo estaba el Ikea, rebosante de gente por todas partes, y ya repleto de adornos navideños, cosa que me enfadó, porque esto de que la Navidad empiece tan pronto es cargante. Tras cenar en el barato pero agradable restaurante sueco, comprar algunos bártulos y una de esas bolsa azules horteras para poder llevármelos a casa, comencé el regreso en metro. Estaba esperando en la estación de Pacífico, intercambio de la línea 1 a la 6, en el andén de esta última, cuando me fijé que al lado mío había una chica que me sonaba mucho de cara, de verla por el Ministerio. Al subirme al vagón caí cerca de ella, y se lo comenté, y efectivamente trabaja en el complejo, bastantes plantas debajo mío. Qué casualidad, que pequeño es esto, y cosas así, y yo sin poder saludar ni expresarme bien dado el bolsón (no de Bilbo) que llevaba encima. Dos paradas después yo me tenía que bajar, para hacer el último intercambio que ya me dejaría en la línea de mi casa. Había en el fondo del vagón unas chicas haciendo mucho ruido, en lo que tenía todo el aspecto de ser una despedida de soltera, y nos reímos del escándalo que estaban montando. Llegué a mi parada, me despedí y baje camino a las abarrotadas escaleras, sobre todo de gente joven, que empezaba ya su noche loca de juerga, e iba pensando para mis adentros en lo difícil que es a veces ver a alguien y lo complicado que resulta coincidir con un conocido, y mira por donde, me acaba de suceder, qué cosas más raras, verdad??
Hago el intercambio y, con mi querida bolsa azul, esperando que llegue mi metro, miro al andén de enfrente, y allí veo a una chica que sí que conozco, que trabaja en la planta superior a la mía, y con la que me llevo bien. Y yo ya empiezo a pensar que una cámara me sigue, un programa de televisión de encuentros y coincidencias ha convencido a algunos amigos para ir poniéndose en mi camino para ver mis reacciones. No puede ser, dos en 20 minutos... Saludé a mi amiga desde el otro lado de las vías, efusivamente, pero no pude decirle porqué gesticulaba tanto ni tenía esa expresión de asombro al mirarla. Dudo que me hubiese creído.
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