lunes, octubre 08, 2007

Miradas en un tren

La vuelta de vacaciones a veces es muy dura, ya tendré hoy la oportunidad de comprobarlo... La verdad es que de mi estancia en Bélgica durante las vacaciones podría hacer decenas de entradas, porque muchas son las cosas que he visto, bonitas e interesantes, pero para no saturar con el tema, y como la actualidad corre más deprisa cada día y soy un esclavo de ella, me limitaré a contar una pseudo anécdota bastante ñoña, pero que me resultó interesante en el momento en el que se produjo.

El Domingo 23 de Septiembre fui a Gante, un sitio precioso que merece ser visitado, desde luego, y para ir y volver cogí uno de esos fenomenales trenes belgas que surcan raudos y puntuales el país. A al vuelta me subí al vagón y a mi derecha estaban cuatro chicas jóvenes, preciosas, pijas y ruidosas en grado sumo, que venían ya montadas en el tren. En una de esas áreas distribuidas mediante pares de asientos enfrentados con una mesita en medio, tenían su mesa llena de ropa, bolsas de patatas fritas, pulseras y otro montón de trastos, y andaban jugando con sus móviles y cámaras digitales pasándoselo muy bien. Allí me senté, y enfrente mío se colocó una chica que no tendría más de quince dieciséis años, aunque aviso que soy malo para poner edades. Era rubia, de pelo largo y liso, y tenía unos ojos azules de una profundidad y belleza que no se describir. La cara era preciosa, típica de muñeca. Pues bien, mi vecina de enfrente sacó unos apuntes para estudiar en el trayecto, entre ellos unas partituras, y empezó a solfear por lo bajito, pero era incapaz, porque con el estruendo que armaban nuestras vecinitas era imposible concentrarse. Cada dos por tres les dirigía una mirada al grupo de chicas que ansío saber que es lo que quería decir, pero a parte del enojo que reflejaba su rostro por no poder hacer lo que preveía en el viaje, detecté cierta envidia en sus ojos. Esas chicas eran mayores, insolentes, sí, pero independientes, llevaban una vida muy distinta a al suya en aquel momento, y creo que era tanto la envidia como el resquemor lo que mi vecina sufría.


De vez en cuando nuestras miradas se cruzaban, y hacíamos el típico gesto de hastío, de “qué pesadas son estas” que parece se dice igual con la cabeza y los ojos en español, inglés, francés y flamenco. Pero yo quería decirle algo, asegurarle que era una chica preciosa, muchísimo más que las otras cuatro, que tenía un rostro que en unos años haría encandilar a muchos hombres, y que aprendiera de las vecinas para ver lo que es comportarse mal, que no se dejase arrastrar por la masa, que estudiase y fuera una belleza con sentido y cabeza. Pero, ay, el ridículo a veces es grande y mi inglés siempre es pequeño, y no le dije nada, y me quedé con ganas cuando el tren llego a Bruselas y nos bajamos ella y yo, y las pijas siguieron en sus asientos.

1 comentario:

MMO dijo...

Pues a mi me ha gustado la historia. Eres un romántico empedernido :)

Eso si...búscatelas más mayores :)

Saludos