En plena polémica sobre el clima, su cambio y demás, Albert Gore recibe hoy el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Yo, el año 2000, era un Gorista convencido, y deseaba que ganase a un tal George W. Bush, cuyo único mérito era ser el hijo del expresidente George Bush. Las papeletas de Florida y los señores que allí contaban, lupa en mano, los extraños agujeros de las papeletas “mariposa”, derrotaron a Gore, Bush se hizo presidente, y el candidato demócrata, patricio americano donde los haya, se quedó a las puertas de la gloria. ¿Qué hacer ahora, se debió preguntar el derrotado Gore?
Si algo ha demostrado Gore es que es americano. Inasequible al desaliento, optimista y nunca dado por vencido, el americano se rehace, se reinventa ante la adversidad, y quizás de ahí venga su éxito en los negocios y en al vida. A algunos nos hubiera entrado una depresión, o quizás simplemente nos quejaríamos asistiendo a extrañas tertulias de programas de televisión y entrevistas varias, pero Gore decidió rehacer su personaje, y empezó la batalla del cambio climático, que le ha proporcionado popularidad mundial, un Príncipe de Asturias y, toma ya, un Nóbel de la Paz. La pregunta sería ¿Sabe Gore de lo que habla cuando pronostica catástrofes por doquier? Como ayer afirmé me da la impresión de que no, pero es cierto que su labor de altavoz mediático puede contribuir a que la gente reflexione sobre sus extraños y poco saludables hábitos de vida. Cogemos el coche para hacer 300 metros hasta el kiosco de los periódicos, 200 de ellos atascados, y eso no es bueno ni para el coche, nosotros y el medio ambiente, provoque un cambio climático o no. Lo cierto es que el concepto, falso, de cambio climático ha cuajado, se usa por doquier, lo soluciona todo, y empieza a generar situaciones interesadas vestidas con el dorado y santo ropaje del ecologismo, la religión de la nueva era. Así, ayer Nicolas Sarkozy, el hiperactivo presidente francés, propuso gravar los productos provenientes de países que no hayan firmado el protocolo de Kyoto, para penalizarles por ser excesivamente contaminantes. Muy loable, bonito, y políticamente de lo más correcto. La bandera ecologista ondea sobre el palacio del Elíseo, y los gabachos avanzan por los Campos de Marte limpiando el aire y el mundo. Vale, pero, ¿hace esto Sarkozy por ecologismo? Me apuesto lo que se a que no.
Veamos, ¿Quién se ha proclamado esta semana como primer país exportador del mundo, superando a Alemania? China. ¿De qué otro país, fuera de la UE, claro, importa montones de cosas Francia? Sí, de los Estados Unidos. ¿Han firmado estos dos países el protocolo de Kyoto? NO. Vaya, vaya, a ver si va a ser que Sarkozy lo que está proponiendo es una medida tan antigua e ineficaz como un impuesto de entrada para defender a las empresas francesas de los competidores, pero envuelto en la moderna bandera del ecologismo, para que nadie proteste y le acuse de proteccionista.... Como diría un compatriota del galo, tiene vista este Sarkozy!!!
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