Vaya día el de hoy, informativamente hablando. A las 11 de la mañana el juez Gómez Bermúdez, uno de esos calvois famosos donde los haya, leerá al sentencia sobre el atentado del 11M, que probablemente encierre durante muchos años (nunca serán demasiados) a una buen atropa de islamistas, y por la tarde Zapatero acude al Congreso a una sesión de control marcada por el desastre del AVE y sus colaterales efectos en Barcelona y alrededores. ¿Se entregará la cabeza de la ministra Mandatela? Ojala sí, pero intuyo que no.
Y pensando en lo del 11M, la sentencia y el castigo, no quiero terminar las entradas del mes (me cojo puente, bien!!) sin hacer referencia a la entrevista a Jonathan Littell publicada este pasado Sábado en el suplemento Babelia de El País. Con un formato inicial que hacía pensar más en un poso de modelo de Zara o similar, Littell desmenuza, con un aire de prepotencia, chulería y narcisismo bastante elevado., los secretos y entresijos de su primera novela, Las Benévolas, en las que relata la experiencia nazi desde la perspectiva nazi, en la figura ficticia de Maximilien Aue, al parecer un compendio de las virtudes del nazismo militantes. La novela, de enormes dimensiones, ha ganado el premio Goncourt en Francia y ha levantado un profundo revuelo al presentar a semejante sujeto como una persona humana, con sentimientos, desprovista de remordimientos por su labor “profesional”, amante de la música clásica, cultísimo, refinado...y lo preocupante es que ese personaje, querámoslo o no, es humano. Ya desde el título de la entrevista Littell destapa su tesis, que yo comparto desde hace muchos años, de que la cultura no nos protege de nada, y que los nazis no son más que un ejemplo de eso. Lo que ocurre en el fondo es que nos gustaría a todos que en el mundo fuera fácil, sencillo e inmediato poder distinguir donde se encuentra la maldad (Littell niega la mayor al afirmar que el concepto de maldad como tal no existe, y hay discrepo algo) y saber qué personas nos van a hacer el bien y cuales no, pero el mundo real es mucho más complejo, poliédrico y confuso que eso. El criterio habitual, acertado, es que la educación, el nivel cultural y el desarrollo social impiden que la humanidad se suma en el desastre de al guerra o en el horror de la muerte, pero, ¿Qué hacer cuando esa teoría falla? ¿Cómo explicarlo?
Esta novela, y películas recientes como El Hundimiento, muestran a un nazismo alejado del estereotipo de Hollywood, de malos malos frente a buenos buenos. Hitler siente tristeza y abandono en su soledad, en su Cancillería ruinosa, rodeado de espantajos que beben y ríen esperando su muerte a manos de los rusos, pero es quizás esa descripción aún más violenta si cabe, más reveladora de la crueldad que ese régimen abyecto ha producido. Cuando hoy Bermúdez lea la sentencia lo hará ante individuos que nos parecen normales, sencillos o incluso “superinocentes”, pero el mal que han hecho es tan grande como débil y corriente es su aspecto. Hay que leer la novela de Littell.
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