La noticia que acaparó los titulares de la semana pasada fue la revuelta de Birmania, país al que en España es muy fácil que se asocie con el grupo musical “Objetivo Birmania” de la época de la movida. Ahora que se ha puesto de moda bautizar las revoluciones, tras casos como el del terciopelo Checoslovaco o el naranja de Ucrania, en esta ocasión The Economist eligió el bonito nombre de la “revolución del azafrán” para calificar a unas revueltas de monjes budistas que llenaban las pantallas de las televisiones, y que desde luego en el CNN y la BBC News, las cadenas que más veía en el hotel belga, eran omnipresentes,
¿Qué sabemos de Birmania? Pues yo la verdad es que muy poco. Es un país lejano, oscuro y opaco, y que encima oficialmente ya no se llama Birmania (para algo que se podía afirmar) sino Myanmar, que supongo será un término autóctono o algo así. Lo cierto es que el país lleva varias décadas bajo el yugo de una horrible dictadura comunista, que encarcela opositores, detiene a al gente, elimina libertades y está hundiendo económicamente al país, situado paradójicamente en una de las zonas de mayor crecimiento económico del planeta, al lado de China. El general que lleva a cabo está gran labor por su país se llama Than Shwe, un sujeto de 74 años que lleva al frente del país desde 1992, y que según dicen los expertos representa al ala dura del ejército birmano. En el lado de la oposición destaca la figura de Aung San Suu Kyi, mujer menuda, escuálida, a la que le fue otorgado el Nóbel de la Paz hace ya varios años, y que lleva muchos viviendo en un permanente arresto domiciliario impuesto por el régimen. Su figura se ha visto estas semanas en los medios, recibiendo al visita del delegado especial de las Naciones Unidas, pero sus declaraciones siguen ocultas y su presencia pública se reduce a dispersas fotografías, muestra inequívoca de cómo se las gasta la dictadura de ese país. La popularidad que ha adquirido el movimiento de protesta birmano se debe, creo yo, a la inédita y curiosa imagen de los monjes budistas protestando por las calles de la capital Rangún (que, ya de paso, ahora se llama Yongón). Las escenas en las que cientos de monjes desfilaban bajo una fuerte lluvia, protestando en silencio, o rezando unos cánticos, eran para un occidental como yo algo extraño, lejano y, porqué no decirlo, oriental. ¿Se imagina alguien en Europa una protesta de los curas o los pastores protestantes en contra de una dictadura o a favor de los que sufren el terrorismo? Sí, quizás sea mucho pedir....
Luego las escenas de las manifestaciones fueron sustituidas por imágenes de templos budistas en los que el ejército había entrado a detener, torturar y, probablemente en muchos casos, acabar con la vida de algunos opositores. Zapatillas rotas, tablillas esparcidas y, en general, objetos pobres y vetustos se esparcían desordenados por el suelo de las habitaciones y pasillos de los monasterios. Eso y la represión en las calles indignó al mundo, y se sucedieron las protestas y las condenas. Sólo han pasado dos semanas desde entonces, y ceo que los birmanos siguen viviendo igual de mal. ¿Tan rápido nos hemos olvidado de ellos?
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