Jueves preelectoral, vísperas de generales. Aunque todo sucedió un 11, fue un día del significado y posición como el de de hace cuatro años en el que el horro nos invadió, se coló por nuestras puertas y nos dejó en una vía muerta. Luego vendrían las manipulaciones, comisiones chapuceras, teorías conspirativas iluminadas, libros mediáticos, mujeres de jueces que se creían estrellas, y demás. Pero en el principio fue una mañana de jueves de hace cuatro años. ¿Cómo la vivimos cada uno? ¿Cómo nos sentimos?
Desde luego no era un día como el de hoy, soleado y radiante. Había una espesa niebla que lo cubría todo, que casi impedía ver el suelo desde la planta en la que trabajo. Por este motivo a medida que llegaban noticias te sentías cada vez más aislado, era todo muy virtual... Yo estaba aquí desde las 7:50, y desafortunadamente aún no había empezado esta maravillosa aventura de escribir un blog. Las noticias empezaron a surgir poco a poco en Internet, en al cabecera que se enrojece en El Mundo cada vez que surge algo extraño. Primero era una explosión en un tren en Madrid, luego eran varias, y poco a poco empezaron a parecer testimonios que daban a entender que lo que había sucedió era de una gravedad enorme. Como ayer, cuando salí del Ministerio, había partido de Liga de Campeones, y pensaba yo de que ocurrir algún atentado o similar era un partido de esos, con mucho público y repercusión internacional el escenario más propicio para una acción terrorista, pero no paso nada, y estaba tan tranquilo el jueves hasta que eso titulares me asaltaron y asustaron. No, mierda, mierda, mierda, pensaba. Una compañera de trabajo que llego a eso de las 8:15 vió esos titulares, y llamó a un amigo suyo que vivía cerca de la estación de El Pozo, que ya se citaba con nombre propio como escenario de la catástrofe. El amigo le contó que aquello parecía la guerra, lleno de destrozos, sangre y personas sonámbulas deambulando por ahí. Testimonio directo de algo que luego veríamos poco a poco en las televisiones. Rápidamente llamé a casa y le dije a mi madre que, fuera lo que fuese lo que había pasado, y oyera lo que oyese, a mi no me había sucedido nada, pero que iba a oír noticias desagradables a lo largo del día. Al trabajo la gente llegaba en un goteo muy pausado, síntoma de que los transportes de la ciudad se iban parando en medio del miedo, y de que la noticia, los rumores y los temores se extendían como la pólvora. Fueron minutos de cierta angustia por saber si a algún conocido le había “pillado” o no. Finalmente ninguna persona que yo conociese de manera directa se vió afectada por esa salvajada, pero eso no es más que un triste consuelo privado.
Acabamos a las 10 de la mañana en un bar, cerca del Ministerio, mirando la tele con cara de alucinados, como todos los que estábamos allí, sin dar crédito a lo que las pantallas nos mostraban. Era horrible. La sorpresa y la angustia eran generalizadas. El resto de la historia ya es conocida, pero desde ese Jueves 11 al Domingo 14 pasé los peores días desde que resido en esta ciudad, viendo el miedo en los rostros, la crispación de verdad, comprobando, como dijo una vez Luís Fernández-Galiano, que vivimos en un jardín de cristal, que creemos sólido, pero que se fractura fácilmente, y que los pedazos desperdigados nos salpican, hieren y matan cuando nos dedicamos a destruirlo.
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