No me puedo quejar de mis dosis de adivinador. El Viernes pasado señalaba que la victoria del PSOE era más o menos clara, y le echaba unos 12 o 14 escaños de diferencia sobre el PP. Tras la victoria de ZP de anoche, con 169 escaños frente a 153 del PP, la diferencia se sitúa en 16, los que había antes. Las dos formaciones han subido a expensas de los pequeños partidos, especialmente IU y ERC. El PSOE puede estar moderadamente satisfecho ya que, pese a no lograr una amplia victoria, sigue en cabeza, y se enfrenta a una legislatura más cómoda que la anterior, en la que CiU, con 10 escaños, parece el árbitro lógico y el comodín de apoyo.
El PP no puede estar satisfecho. Como he señalado muchas veces, estas elecciones eran un cara o cruz para el partido que las ganara o perdiese. Todo o nada. La apuesta era arriesgada y ha salido mal. El PP necesitaba ganar estas elecciones para consolidar su discurso, equipo y trayectoria. Pese a que ha mejorado resultados desde las pasadas, ha perdido. Y punto. Por lo tanto ahora le toca hacer examen de conciencia, y debe afrontar una renovación de equipos, mensajes y estrategias, y eso empezará por la marcha de Rajoy, que creo que es quién menos culpa tiene de todo esto, pero que como líder actual del partido es quien debe ejercer esa labor de limpia. Los discursos de anoche de ZOP y Rajoy decían mucho. ZP hizo una alocución breve, preparada y de tono muy conciliador, sabiéndose ganador pero viendo que el PP no estaba arrasado, y que la mayoría absoluta estaba muy lejos. Rajoy no hizo exactamente un discurso. Dijo unas palabras inconexas, atropelladas y vacilantes. Estaba muy nerviosos, acongojado y triste. Hubo un momento en el que pensaba que iba a dimitir allí mismo, en el balcón, y creo que esa era su intención, pero que se arrugó al ver a al gente aplaudiéndole. La imagen de la noche, para mi, era la de Elvira, su mujer. Llorando, con una cara de desolación que no podía evitar, asistiendo al inicio del entierro político de su marido, que estaba muy sólo en el balcón. Pizarro y Acebes le acompañaban, pero guardando sus distancias, mientras que, en sus propios cuarteles, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz Gallardón y otros sacaban el champán y brindaban por el camino expedito que se les abre hasta lo más alto el partido. Elvira era la imagen de la tristeza, del abatimiento, del cansancio acumulado de una campaña que no ha obtenido recompensa. Una mujer reservada, que no ha salido casi nunca en prensa, y que si mal no recuerdo fue su aparición de ayer por la noche la más larga en su vida en televisión, y en la que no dijo nada pero no hacia falta que lo hiciera para expresar su amargura. Pero Elvira no ha sido la única mujer a la que hemos visto llorar este fin de semana, en el que también mis intuiciones sobre un atentado (mierda) se cumplieron, aunque no en Madrid, el lugar donde yo me esperaba.
Mari Ángeles, la viuda, y Sandra, su hija mayor, le han dado el mejor homenaje posible a Isaías Carrasco, su marido y padre respectivamente, mostrando su coraje, entereza y valor frente a los asesinos que le mataron este Viernes en la calle, frente al portal de su humilde casa de Mondragón. Tan cruda y acertadamente fueron descritos los terroristas este pasado Sábado por Sandra que no añadiré comentarios al respecto, pero este fin de semana de elecciones, esta victoria del PSOE, debe estar dedicada a su memoria, y a la de todos aquellos concejales, valientes servidores de esta joven e imperfecta democracia, que se juegan la vida cada día frente al nazismo etarra, y que nunca podremos pagar como se merecen. Por Mari Ángeles y Sandra.
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