Y no me refiero a la película de Almodóvar, no, sino a la mala educación de verdad, la que vemos y sufrimos a diario a causa del despectivo comportamiento de nuestros semejantes, que muchas veces nos exaspera, incomoda y resulta, al menos para mi, incomprensible. Veamos algunos ejemplos que me ha tocado vivir recientemente. Este pasado Sábado acudí a un concierto del ciclo de las cantatas de Bach, que ya va por su cuatro año. Son conciertos gratuitos que se celebran en iglesias de Madrid, y el lleno y las avalanchas de gente están garantizadas.
Tras muchas cola y espera entré en el templo, y decidí quedarme de pie junto a una columna cercana al altar. Era incómodo, pero se veía y oía mejor. A mi derecha había un grupo de bancos con gente sentada, y de vez en cuando alguna persona pretendía ponerse delante de ellos, entre mi columna y la siguiente, con lo que impedía la visión de los allí sentados. Estos reaccionaban protestando, y los apostados se iban cabizbajos. Todo dentro de lo normal hasta que, finalizando el intermedio, llegó un señor y se plantó en jarras allí, con todo su valor y cuerpo. Los de los bancos protestaron, e incluso alguno se levantó y fue a donde el señor para decirle que se pusiera en otra parte, que allí molestaba ostensiblemente, pero él, ajeno a todo, dijo que de allí no se iba, y no se fue. Le echó un morro espectacular al asunto, y vio y disfrutó de la segunda parte del concierto en una posición envidiable, bastante más que la de todos aquellos a los que se lo impedía, y huelga decir que habían hecho más cola y habían esperado más en la entrada que el adelantado. A mi la actitud del señor me daba vergüenza ajena. Otro episodio similar me pasó hace tres semanas, viniendo en autobús a Madrid desde Bilbao. Tras la parada, el señor que estaba delante de mí reclinó el asiento completamente, dejándome un hueco estrecho y muy incómodo. Le dije que no podía hacer eso y me mandó a la porra directamente. Algo asombrado, le pedí al conductor del autobús, en su papel de “autoridad” en el viaje, que le dijera al señor que echase su asiento hacia adelante y lo pudiera en posición normal, a lo que el conductor me respondió que él no podía hacer nada al respecto. En medio de mi asombro afirmó que, si el asiento permite que se pueda reclinar, el pasajero puede hacerlo sin problemas. Me quedé pensando que, si eso es así, también podía abrir el grifo del baño del autobús y ahogarle allí mismo, porque si el agua puede correr libremente.... Una señora me comentó que había un asiento libre tres filas más atrás y allí me cambié, pudiendo disfrutar de una segunda parte del viaje cómoda y tranquila, aunque de vez en cuando miraba al impresentable que me precedía en la fila original y me imaginaba su cabeza, y la del conductor, en el baño.......
Tras esto, que concluye con una victoria parcial de los impresentables por 2 a 0, me surgen varias cuestiones. Resulta que, en general, si eres educado, mantienes las formas y protestas diligentemente no vas a conseguir nada. Sólo montando una bronca, pegando gritos y poniéndote al nivel moral del infractor tienes unas ciertas posibilidades de deshacer el problema. Y es deprimente, porque yo, y muchas otras personas, ni somos unos broncas ni sabemos ni nos gusta meternos en discusiones, y encima los responsables de guardar el orden normalmente se inhiben. Además en estos casos no eran unos jóvenes descerebrados ni nada por el estilo, no ,sino dos señores mayores y con pinta de apacibles. ¿Dónde queda eso de la educación y las formas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario