Por una vez la Semana Santa nos ha traído una magnífica noticia. Acostumbrados a un balance de muertos en carretera digno de un reportaje de catástrofes, por primera vez en la historia se han rebajado las cifras de fallecidos, quedándose en un valor, 63, que es muy alto, pero que comparado con otros años supone un descenso enorme de muertos y de tragedias añadidas. Aún así, es más de un autobús completo. ¿Qué estaríamos pensando si el Sábado, por ejemplo, se hubiese estrellado un autobús con 55 plazas llenas y varias personas de pies, y todos sus ocupantes hubiesen muerto? Pues eso, pero a cámara lenta.
¿Y a qué se debe este éxito? No lo tengo muy claro. La climatología no ha ayudado, porque nos ha cogido todo un temporal de nieve en el norte del país, que quizás haya asustado a algunos, pero es más fácil que haga patinar a todos. A pesar de la crisis, las carreteras se han llenado de coches, y los atascos, especialmente de vuelta el Domingo, han sido monumentales. Añadámosles que toda la normativa de tráfico (puntos, cárcel y demás) estaba vigente con anterioridad. ¿Por qué el descenso? Quizás porque por fin se le ha metido en el cuerpo al conductor español un cierto miedo a las sanciones que la DGT le puede hacer pagar, lo que revelaría que esa medidas, protestadas y discutidas en un principio, empiezan a hacer efecto. De todas maneras aún es pronto para saber si esto de la Semana Santa ha sido un espejismo o el inicio de una tendencia. En todo caso parece que se vuelve a cumplir ese viejo aforismo de que “la letra con sangre entra”. Sólo introduciendo medidas penales, mano dura y amenazas de prisión parece contenerse el diablo sobre ruedas que anida en cada uno de nosotros, y el corolario de este pensamiento es un poco triste. La educación es importante, pero sólo los castigos parecen servir de solución, al menos en el corto plazo. Prueba de ello es que seguimos viendo imágenes en Internet de carreras ilegales, locuras al volante y otros comportamientos vergonzosos, que se suceden sin freno sin que parece que haya nadie que les ponga coto. Aquí surge una de las principales críticas que se le hacen a al DGT, como máquina recaudadora del gobierno, más interesada en poner radares en lugares donde se pueda sacar tajada con multas que en controlar desmanes, locuras y descontroles que, muchas veces, son conocidos de antemano. En este punto las autoridades de tráfico tienen que ponerse aún más serios, y empezar a controlar esas carreteras que parecen dominio de estúpidos émulos de Fernando Alonso, ahora dotados de un coche mejor que el del asturiano.
Otro de los aspectos que las autoridades deben controlar los teóricos responsables de este negociado, y es una vergüenza que ahí sigan aún, son los famosos puntos negros. No se cuanto dinero costará arreglar esos tramos de carretera diseñados de una manera infernal y que, año tras año, se convierten en la tumba de tanta gente. Es menos vistoso y da más votos corregir peraltes de curvas que inaugurar tres kilómetros de autovías, pero todo se debe hacer, y cuanto antes mejor. En definitiva, y con todos los “pero” que se le puedan poner, debemos alegrarnos de que haya habido muchos menos muertos que en años pasados, pero no olvidemos el símil del autobús. 63 personas son muchas personas.
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