Si es lo que tiene eso que se hace llamar el arte moderno, que gustará o no, pero no deja indiferente. Yo, que soy un clásico redomado, no puedo evitar extrañarme, y quizás escandalizarme, en un sentido muy relajado del término, cunado veo ciertas exposiciones modernas que me parecen una simple estafa. Entro al Guggenheim (de Bilbao o Nueva York, da igual) o al reina Sofía, o a la Tate Modern, y no puedo evitar la sensación de que el edificio continente es mucho más valioso y artístico que lo que en él está contenido, aunque se que, pese a no estar solo, esta percepción no es compartida por mucha gente.
Por eso el otro día me quedé pasmado al ver en televisión la última ocurrencia (llamémosle de momento así) que muestra la Tate de Londres. El artista Martin Creed ha ideado, en su obra “Work 850” una muestra consistente en que cada 30 segundos surge un corredor que atraviesa lo más rápido posible el pasillo que estructura el museo. Como corredores pueden participar atletas, sí, pero también voluntarios, e incluso personal del propio museo. El resultado es curioso, porque se ve en las imágenes la típica sensación de quietud y ensimismamiento que rodea a un museo y, de repente, aparece alguien corriendo por una esquina y se larga a toda velocidad, como huyendo, o como si al deportista aficionado se le hubiese acabado el parque y, en su plan de entrenamiento, hubiera decidido recorrer no sólo el césped, sino también unos lustrosos suelos de mármol. Los visitantes tradicionales del museo se quedan un poco asombrados, incluso puede que alguno preocupado, pensando si es que hay que huir de algo o alguien, que nada suelto por ahí cometiendo fechorías en una sala de pinturas negras. La idea en si es curiosa, incluso divertida, y contiene un interesante componente trasgresor, en medio de esa seria atmósfera que antes mencionaba, pero enlazando con el asunto de las modernices, la pregunta sería si esto es arte o no, si es una muestra, una “performance” que dicen los entendidos, o una simple ocurrencia, aunque sea divertida (porque hay ocurrencias de otro tipo que encima no tienen ninguna gracia). Y aquí es donde el debate se complica mucho, porque claro, si queremos catalogar esto como arte deberemos primero ponernos de acuerdo en qué es arte, y aquí la discusión pude ser apasionante, viva y preciosa, pero igualmente eterna y sin sentido. Mi humilde opinión es que arte es aquello que, a través de la belleza que emana, le genera a uno emociones positivas. Así, una puesta de sol puede tener un gran componente artístico, por ser algo bello y emocionante. Huelga decir que esta idea que expongo no sólo es totalmente subjetiva, no solo porque se me ha ocurrido a mi, sino porque cada uno encuentra la belleza y las emociones en lugares distintos. Lo cierto es que si algo genera ese sentimiento de manera sostenida a lo largo del tiempo en distintas personas y generaciones, podemos considerar a ese algo como un objeto artístico sin ninguna duda. Así, un cuadro de Velázquez o una catedral gótica generan una elevada unanimidad en su contemplación y deleite desde hace muchos años, y parece evidente que son arte. Sin embargo, por su escala temporal, esta definición creo que no vale para catalogar a los corredores del museo, aunque individualmente habrá a quienes les parezca artístico.
Otra cosa que refleja esta idea, y que me parece básica, es que no hace falta saber de arte para apreciarlo. Uno no tiene porqué conocer nada de armonía, contrapunto y composición, pero el deleite que experimenta al oír a Bach, por ejemplo, ya es una sensación artística. Hay muchos expertos que aducen que el arte moderno no gusta porque no se entiende, y no se conoce, y a veces ese discurso me suena algo elitista, o a defensa de un coto cerrado. No se, esto es más complicado de lo que parece, pero al menos, como idea, general, busquemos la belleza por todas partes, aunque a veces parece que huye corriendo, delante de nuestras narices....
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