Ayer uno ponía la tele y las noticias le mostraban no la cara más dura de la realidad, ni la mas amarga y cruel. No, lo que se veía, cómodamente sentado en el salón, era la viva imagen del infierno en al tierra, o mejor dicho, en el agua. Cuando vi la noticia de que catorce personas (catorce, un número enorme) habían muerto en una patera camino a Almería me pareció un desastre enorme, pero al ir enterándome de los detalles resultaba evidente que la palabra “desastre” no recogía con la precisión adecuada lo que allí había sucedido. Ahora mismo no se me ocurre término alguno que lo pueda precisar mejor, pero eso es un asunto banal.
Pero es que las palabras eran importantes ayer. La “patera” en la que flotaban esas personas era un vulgar lancha neumática con un motor acoplado, en la que no puedo imaginar como podían meterse más de treinta personas. Los “subsaharianos” eran negros de rostros desolados, ojos brillantes y cuerpos destruidos por un sol y una travesía de pesadilla. Los “fallecidos” en su inmensa mayoría eran bebés, nueve de quince. Y habían sido arrojados por la “borda” (aquí el término borda es una simple y cruel metáfora) por sus propias madres, una de ellas por partida doble. No puedo, y si pudiera soy sincero y afirmo que no quiero, imaginarme una escena así. De hecho al oírlo lo primero que pensé fue en Speilberg, en esa película llamada “La lista de Schilinder” y en esa escena en la que, creo que esa es la expresión, una mujer no deja de repetir “Yo no quería” de una manera monocorde, a modo de letanía en medio de un grupo de refugiados judíos camino a los trenes, haciendo referencia al ahogamiento de su hijo para evitar que sus lloros le delatasen delante de los nazis. En el caso de ayer el papel del ejército alemán lo representaron varias figuras, algunas reales y otras virtuales. Reales eran las personas (otro concepto metafórico en este caso) que, a sabiendas de lo que les esperaba, engañaron a estos incautos, les cobraron una enorme suma de dinero y les arrojaron al mar sabiendo que muy probablemente no llegarían a ninguna parte. Virtual es el Sargento Mar, y el General Sol, que durante días han golpeado, bateado y sajado inmisericordemente las pieles y cuerpos de los náufragos, acabando con ellos poco a poco, de una forma lenta, cruel, pero sumamente efectiva. Y en este caso el papel postrero de los libertadores, americanos y rusos en el caso de los campos de concentración, lo han efectuado, sin saber lo que se les venía encima, unos veleros españoles y una comandancia de la Guardia Civil y puestos de la Cruz Roja y voluntarios el puerto de Almería, que de estar disfrutando de un plácido día de verano pasaron a verse envueltos en escenas dignas de una guerra. Lo que es seguro es que en ambas historias, paralelismos al margen, el sufrimiento y dolor de las madres no es describible, y todas ellas, sea cual sea el idioma que empleen, gritarán al unísono eso de “Yo no quería”, llorando amargamente, y deseando ponerse en el lugar de su hijo muerto con la esperanza de traerlo de nuevo a esta vida, que ha sido tan cruel y breve para él.
Y mientras tanto, los ojos de la mayor parte del país seguían ayer posados en el nuevo Iphone, la última maravilla tecnológica de apple, el último grito en telefonía móvil, GPS, Bluetooth, MP3, y un montón de siglas que a muchos no les dirán demasiado. Su pantalla táctil, inteligente, sencilla e intuitiva provoca la ilusión de que el mundo se maneja con un dedo, y de que todo está al alcance de la mano. Es probable que en el mundo virtual eso sea cierto, pero la realidad, esa que nos asalta y nos perturba, la que nos muestra su cara más cruel, y huye de eufemismo y ensoñaciones, no se maneja con un dedo. Se soluciona, se cura y se arregla con el corazón. Pero, nuevamente, quizás se término no sea para muchos de nosotros más que una simple y falsa metáfora, algo hueco y vacío.
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