Se agolpan las noticias, la actualidad no se frena ni a finales de Julio, y encima todo parece ser una catarata de buenas nuevas. Me levanto por la mañana y me entero de que ha sido detenido el comando Vizcaya de ETA, autor de los últimos crímenes y estragos protagonizados por la banda. Como todavía todo está por confirmara habrá que esperar a ver que alcance tiene la operación, pero parece importante. Registros en varias localidades vizcaínas, y como era de esperar, en una limítrofe con Guipúzcoa y Álava, a tiro de piedra de los últimos grandes atentados, en el centro neurálgico del País Vasco, una localidad llamada... Elorrio :-(((
Pero es que ayer también me fui a la cama contento, porque a eso de las 23:20 adelantaron por la radio la detención del criminal de guerra Radovan Karadzic. Algunos se preguntarán quién este sujeto. Pues bien, Karadzic es uno de los mayores indeseables que ha parido Europa en los últimos años, y mira que hay varios. En los noventa, en el fragor de las guerras que desangraron aquel artefacto comunista llamado Yugoslavia, Karadzic encontró al oportunidad de convertirse en dueño y señor de territorios y poblaciones. Junto con el general del ejército Ratko Mladic (¿dónde te escondes, Ratko? te queda poco...), creo una república serbia en Bosnia, y amparado en la indiferencia internacional, se dedicó durante varios años a practicar eso que entonces empezó a denominarse limpieza étnica, eufemismo para no usar la palabra genocidio, que en Europa recordaba a épocas que se creían olvidadas, pero que siempre pueden volver si algunos se lo proponen. De 1993 a 1995 las tropas dirigidas por Karadzic y Mladic asediaron Sarajevo, y mataron a cuantos infelices habitantes se atrevían a salir de sus casa a por comida, y “limpiaron” aldeas y comarcas enteras de Bosnia. De particular recuerdo resulta la matanza perpetrada en Srebrenica en Julio de 1995, en la que, ante la cobarde pasividad de las fuerzas de la ONU, teóricamente encargadas de proteger el enclave, y con una Europa mirando a todas partes menos a donde debía, las huestes nacionalistas serbias exterminaron (sí, uso esa palabra porque es lo que allí se produjo) en poco más de una semana a cerca de 8.000 musulmanes bosnios. Aquella masacre, conocida en su totalidad bastante más tarde, y las imágenes de Sarajevo sitiada pro francotiradores, y sus mercados llenos de cadáveres, hicieron reaccionar finalmente a algunos países, no todos, y las tropas de Karadzic y Mladic debieron replegarse y huir. Finalmente se dictó una orden de búsqueda contra estos dos sujetos, pero su jefe supremo, Milósevic, no caería hasta repetir un experimento semejante en Kosovo pocos años después. Karadzic representó el triunfo de un nacionalismo xenófobo, racista y totalitario, y devolvió a Europa a algunos de sus momentos más oscuros. Esta vez no era en Irak, a miles de kilómetros, no, sino en Sarajevo, a cerca de dos horas de avión de Viena o Berlín, en medio de avenidas y altos edificios, o en villas de corte bizantino, donde se asesinaba impúdicamente, sin remordimientos, pero con una eficiencia exquisita, en nombre de la raza serbia, en honor a una patria llamada Serbia, en medio de una locura de exaltación nacional de la que algo conocemos por estos lares, y que ha llevado a algunos, por ejemplo en el País Vasco, a cometer crímenes en nombre de ese maldito sueño. Brindemos porque ayer, tarde, sí, pero al fin, cayó uno de los malos.
Y por si todo esto fuera poco para comentar en este 22 de Julio, esta tarde, a las 16:00, tengo el primer examen de esa oposición de estadística para la que he estado estudiando los últimos meses. Bajo un calor sofocante me esperan cuatro horas de examen que me van a dejar totalmente agotado, como si no lo estuviera ya. Va a ser íntegro de problemas y veo muy complicado poder aprobar, no nos engañemos, pero si lo hiciera podría enmarcara este 22 de Julio de 2008 en la, por así denominarlo, caja de la felicidad, en la que sólo entran las cosas buenas, y ya que el refranero es traicionero, que pierda el de “a la tercera va la vencida” y gane el de que no hay dos sin tres.
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