No me deja de sorprender la estulticia de nuestras autoridades. La Generalitat de Cataluña ahora propone en las salas de su Comunidad la mitad de las películas emitidas sean subtituladas o dobladas al catalán, lo que tiene a las distribuidoras de los nervios. En plena crisis, con el paro disparado y la asistencia a las salas de cine derrumbándose en todas partes por la descarga de las mismas en Internet al gobierno de Montilla y Rovira no parece ocurrírsele otra cosa que usar el dinero público para rotular los cines. Lo dicho, una fuete de asombro casi tan grande como de indignación.
En fin, para evitar hablar de estas cosas, lo haré de una buena película, que como desde hace unos tres años, vi en versión original subtitulada. Ir a ver una de Clint Eastwood, a quien, por cierto, entiendo muy mal en inglés, es sinónimo de calidad, entretenimiento y, permítanme decirlo, de gozada. Este Viernes estrenó su última película, “Gran Torino” cuyo título hace referencia a ese modelo de coche de la marca Ford de 1972, el año en el que yo nací, que el protagonista de la cinta, un arisco, racista y huraño jubilado de la fábrica de coches atesora en su garaje impoluto y nuevo como si estuviese recién sacado de la fábrica. Se ha dicho que Kowalski, el nombre del protagonista, es una especie de Harry el Sucio jubilado, y no le falta razón a ese comentario. Amargado, huido de una familia que considera inútil y degenerada en la estulticia moderna (me recordaba a muchas de hoy en día) y recién enviudado de su mujer, vive el protagonista en una barriada de casitas del extrarradio de una cuidad cuyo vecindario, originalmente norteamericano, hace tiempo se mudó de allí, y ha sido sustituido por gente de diversas procedencias de todo el mundo. Para el caso de la película se pone el acento en los Hmong, una etnia de origen vietnamita, que el protagonista denomina como “rollitos de primavera”. Como se verá a lo largo de la película Kowalski tiene corazón, endurecido y rocoso, pero lo posee, y los Hmong también tienen sus propios problemas. Al final llega un punto en el que la vida de estos irreconciliables vecinos intersecciona y empieza a fusionarse, con extrañas consecuencias para ambos. Realiza Eastwood una composición de su personaje sobria, directa, en la línea de sus últimas apariciones, llenando la pantalla por completo, transmitiendo en sui gesto y mirada sensaciones de ira y resentimiento que es difícil de expresar. Frente a él muchos otros protagonistas parecen críos, especialmente el pastor religioso, encarnado por un pelirrojo recién ordenado que no hace otra cosa que recibir palos por parte de un feligrés que siempre ha despreciado a la iglesia, a la que acudía solamente para hacer feliz a su mujer. A medida que pasa la película este sacerdote descubre que puede aprender mucho del personaje de Eastwood, cosas desagradables pero necesarias para la vida, y sobre todo para la muerte. Como otros personajes, madura mucho a medida que los acontecimientos se precipitan, y acaba viendo mucho más de lo que pensaba en ese desagradable vecino. La familia de Kowalski, sin embargo, no parece que aprenda nada de lo que allí sucede, y así le va.
No voy a contar nada del argumento ni de cómo acaba, porque es complejo e impresionante, pero es una lección de madurez, no sólo artística, sino personal, al que Eatswood nos muestra en la pantalla. Cuando acabó la película todo el mundo seguía sentado viendo los títulos de crédito, como atornillado a la butaca, impactado por lo que acababa de ver. Se oyó algún aplauso suelto, pero sobre todo, el silencio, la impresión, similar a la que detecté cuando acabó “Million Dolar Baby”. Si quieren disfrutarlo, y regalarse un buen rato de arte, entretenimiento y grandeza, háganse un favor y vayan a verla.
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