lunes, abril 18, 2011

Bach es Dios (para Elvira Lindo)

Siempre es una buena idea acudir a un concierto de música. Pese a la calidad de los CDs y los reproductores que podamos tener en casa, la música en directo suena de otra manera, es real, y la oímos con otras personas a las que también les gusta. Del onanismo placentero del salón pasamos al goce comunitario de la sala de conciertos, pabellón deportivo o del recinto que se trate. Este sábado tuve otra vez el placer de vivir la experiencia de la música en vivo, de música que me gusta, y es una de esas cosas que hay que hacer, que no tiene contraindicaciones, que sólo es buena.

Con motivo del
ciclo de conciertos de música clásica que se lleva organizando los últimos años en Madrid a cuenta de la Semana Santa fui el Sábado por la tarde a una iglesia del centro a escuchar la Misa en Sí menor BWV 23 de JS Bach. Muchos conocerán a Bach y probablemente desde que Bach entró en sus vidas, estas cambiaron a mejor. Otros habrán oído obras suyas, que adoran, y no sabrán que son de él, y otros muchos no tendrán ni idea ni de quién es ni de que obras ha compuesto, porque les habrán metido en la cabeza que la música clásica es un rollo aburrido, serio y pedante. Bach es, simplemente, Dios. No sólo el mayor talento que jamás ha dado la música, sino el creador de algunas de las mayores bellezas que pueden concebirse. Sus obras son de una complejidad inmensa, que al intérprete le asustan, porque exigen siempre el máximo. Su técnica es compleja, difícil y rebuscada, pero su música te eleva. No es necesario saber nada de contrapunto, armonía u otras técnicas para dejarse llevar por la pasión que Bach desarrolla en cada uno de sus compases y obras. Sean piezas instrumentales de todo tipo (órgano, laúd, clave, violonchelo, piano) orquestales, de cámara, arias vocales o corales, religiosas o profanas, Bach despliega una capacidad de seducción, de conmover al oyente que desde su muerte, generaciones de personas se han quedado extasiadas, en distintas partes del mundo, con distinta cultura, sensibilidad, criterio artístico y gustos, ante la pura belleza de sus composiciones. Y el sábado pude sentir nuevamente que el poder de la música de Bach es infinito, eterno. En una iglesia neogótica de poco valor y acústica no muy buena, llena, tras una hora de cola, empezó a media tarde un concierto que se prolongaría cerca de dos horas y que, sin descanso, llevó a todos los que allí estábamos desde la pasión arrebatada de los glorias al susurro del credo en el momento de la muerte de Jesús, desde la exaltación del “Incarnatus est” hasta la solemnidad del Kyrie, y así una continua montaña rusa de sensaciones ante la que era imposible permanecer impasible. No sólo yo, sino las personas que me rodeaban cierto que de mayor edad, pero también había parejas jóvenes, iban poco a poco emocionándose con lo que oíamos, entrando en la obra sin que fuera posible, ni deseable, evitarlo. Se que no debiera escribir estas cosas, pero en el aria de alto del Agnus Dei, cerca del final, no pude evitar llorar de lo bella que es, de cómo la alto se esforzaba para llegar a las notas, enlazarlas y tejer en el aire la frase que Bach había escrito, y cuando la partitura se acabó, todos nos quedamos quietos, absortos, llenos….. Los aplausos fueron enormes, largos, durante cerca de un cuarto de hora no nos movimos de allí, y la orquesta y coro (en el que, por cierto, estaba la mujer de ZP) no dejaron de saludar, entrar y salir. Fue un éxito total, y los que mejor lo pasamos fuimos los oyentes.

Y al salir del concierto no pude evitar pensar en
Elvira Lindo. Hace unas semanas escribió en su columna señalan de El País un artículo en el que describía sensaciones igualmente plenas, a las mías cuando ella, en compañía de su marido, Antonio Muñoz Molina, presenció en Nueva York esta misma obra, y acabó extasiada, independientemente de si era religiosa o no, ante la maravilla que había oído. Días después un grosero articulista le dedicó una despectiva columna acusándola de snob por oír esas cosas en Nueva York ante lo cual Elvira respondió. En fin, Bach está por encima de todo, y más aún de las mentes cutres de algunos envidiosos. Elvira y yo se lo juramos.

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