Durante estas fiestas de Semana Santa no ha sucedido nada que sea muy novedoso. Como todos los años, ha llovido, esta vez mucho, y es que es tan típico procesionar como llorar por no poder hacerlo, y las calles se han llenado de turistas ansiosos de ver los pasos y tronos, y se han vaciado a medida que los rayos y truenos caían sin piedad sobre los cofrades. Como casi todos los años. En el panorama internacional todo sigue más o menos igual, con un Fukushima desatado, una UE que se hunde y una Libia en la que Gaddafi no cae.
De Libia ha llegado la noticia que más me ha conmovido en estas vacaciones, y ha sido la muerte del fotógrafo Tim Hetherington. A muchos no les sonará este nombre, y a mi tampoco me decía nada hasta hace pocos días. Y es que una semana antes de las vacaciones me leí el emocionante libro titulado Guerra, de Sebastian Junger, periodista y autor de obras más conocidas como “La tormenta perfecta”, que seguro recuerdan por el personaje de marino interpretado por George Clooney. Pues Junger, en compañía de Hetherington, pasó varias semanas como periodista empotrado en los contingentes de tropas norteamericanas que luchan en Afganistán. El libro, en apenas doscientas páginas, te sumerge en uno de los escenarios más brutales que uno pueda imaginar, en el que las refriegas entre talibanes, milicianos, soldados y población civil son constantes, y los muertos y heridos también. Uno de los primeros soldados que fallecen en el lado americano es el soldado Restrepo, y su nombre se usa para bautizar una base de puesto avanzado en uno de esos recónditos y sucios valles que hacen de frontera entre Afganistán y Pakistán. Restrepo también fue el nombre escogido por Junger y Hetherington para bautizar el documental que elaboraron con el material rodado en ese periodo de tiempo, documental que fue nominado a los oscars de este 2011. No se llevó el premio, que correspondió a Inside Job (no la han visto aún, háganlo!!!) pero Junger y Hetherington estuvieron en Hollywood, promocionando la cinta, y en la ceremonia de los premios. De todo esto me enteré cuando leí el libro y curioseé un poco por la red al respecto. La historia de los dos periodistas era maravillosa, todo un ejemplo de profesionalidad, rigor y compromiso con el difícil arte de contar qué es lo que sucede en el mundo. En el libro relata Junger varias situaciones en las que pasaron mucho miedo, y corrieron riesgo auténtico de perder su vida. Rodeados de tiros, explosiones, atentados y trampas, la vida en Afganistán era una lotería, en la que el subidón te llegaba por haber sobrevivido a lo que otros no podían contar, por estar en el club de los elegidos por la vida. Esa sensación, ese chute de adrenalina pura, quizás sea la causa de que muchos combatientes desean volver al frente, pese al infierno que eso supone, y lo mismo sucede con los corresponsales de guerra, periodistas que viven el frente desde la primera línea de batalla, que no pegan tiros pero deben huir de los disparos de ambos bandos, y que muchas veces se convierten en molestos testigos de lo que allí sucede. A veces su muerte es casual, y otra premeditada, pero en todo caso no es muy sentida por los combatientes.
Hetherington podía haber seguido disfrutando de las mieles del éxito, merecido, de su trabajo en Afganistán, pero debió sentir ese gusanillo que tan bien reflejaba la película “En tierra hostil” ganadora del Óscar en 2010. Y se fue a Libia, confiando en que sus fotos ayudasen a acabar con esa guerra, y en una triste esquina de Misrata, junto con el también fotógrafo Chris Jondros, falleció por el impacto de un proyectil de las tropas leales a Gaddafi. Su cámara ya no recogerá más escenas ni nos podrá contar lo que sucede. La muerte de Hethreington es el adjetivo que caracteriza a esa palabra, guerra, que siempre nos negamos a usar, pero que está ahí, en frente nuestro.
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