Si han visitado alguna vez exposiciones de arte contemporáneo seguro que les ha surgido la duda sobre lo que están viendo, de si eso es realmente arte, y en todo caso qué quiere decir. Hay veces que he estado tentado de decir en alto, en una sala en la que hay varias personas delante de composiciones curiosas o grotescas, si era yo el único que estaba perplejo y no sabía que demonios era eso que tenía delante de los ojos. “¿Y si ese grupo de piedras o cachivaches tirados por el suelo se desplazan un poco, cambiará el significado de la obra?” ¿Es eso una obra? ¿Qué es una obra? Huelga decir que soy vergonzoso y no le he hecho nunca.
Quizás sin tantos miramientos y vergüenza, unos niños ayer en el Guggenheim se plantearon un dilema similar, y actuaron de manera experimental, o más probablemente, se divirtieron. Resulta que en el marco de una de las exposiciones temporales que organiza en este 2011 el museo bilbaíno, unos niños que estaban de visita escolar pisotearon, accidentalmente, una obra que se estaba exponiendo, y le han causado daños. La crónica del hecho es bastante divertida, porque describe las confusas características de la obra, sita medio en penumbra, y deja entender que los niños ni se dieron cuenta de que lo que en un principio estaba ante sus ojos y luego bajo sus pies era una obra de arte. No indica la noticia los destrozos que han causado, pero seguro que alguno pensará, maliciosamente, que puede que no se noten, porque a veces hay obras consistentes en al acumulación de objetos inútiles, que igual da si se quita uno o pone otro o se desplaza de lugar, y son famosas las anécdotas en las que los servicios de limpieza de algún museo han confundido una obra expuesta con basura y la han arrojado al contenedor, causando la ira del artista y de la institución. Al leer la noticia lo primero que pensé fue que esto del arte moderno cada vez se vuelve más efectista para llamar la atención y que hay obras que empiezan a tener sentido sólo si se el público las usa, y ahí aparecieron las pipas de Wei, un caso absurdo del mismo absurdo en el que vive este arte. Les recuerdo. Hace unos meses, el artista chino Ai Weiwei (A ver si mañana puedo hablarles sobre él en otro contexto bastante más agrio) llenó el atrio principal de la Tate Modern de Londres de miles, millones de pipas, que en realidad no eran pipas de verdad, sino bolitas de cerámica pintadas a mano que se asemejaban a pipas. Más allá de la sensación de estar en la fábrica de Pipas Facundo, la obra se diseñó para que el público entrase en ella, pisase las pipas, y del ruido y las sensaciones de las pisadas extrajera el significado de la obra. Era algo interactivo, no sólo contemplativo, cada uno “se mete” en la obra y no sólo ve una cosa distinta, habitual en todo caso, sino que la experimenta en sí de manera física, lo que es un planteamiento innovador, aunque está por ver hasta que punto eso es arte u otra cosa. Bien, la cuestión es que al poco de que la obra se pusiera en marcha se tuvo que clausurar, porque el roce y la presión de las pisadas sobre las pipas cerámicas provocaban un polvo tenue que podía ser perjudicial. La obra podía ser dañina para sus espectadores y usuarios, y se cerró, de tal manera que sólo podía ser vista, y su carácter interactivo se convirtió en algo prohibido. Al enterarme de la historia en aquel momento no pude evitar reírme un rato, porque todo parecía tan absurdo como irreal. Pipas cerámicas, pisadas, polvos tóxicos…. Lo cierto es que la muestra causó muchos titulares, tanto en su inauguración inicial como en su clausura parcial o preventiva, no se muy bien como definirla.
Los niños del Guggenheim hicieron, sin saberlo, la inversa de Weiwei, pisaron la obra y la dañaron, sin lesionarse ni ellos ni los que los acompañaban. Pueden los padres intentar explicarles lo que han hecho desde esta perspectiva, aunque dudo que puedan rebatir el argumento que les hagan sus hijos al señalarles que “vimos allí algo tirado y no sabíamos que era”. “Eso es arte, hijo mío” dirá un padre atribulado. “¿Eso?” contestará quizás el más valiente de los niños. Y ante esa pregunta el padre sospecho que no sabrá muy bien que hacer salvo desear estar enterrado bajo millones de pipas para eludir el hecho de que él tampoco lo entiende.
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