Dado como están las cosas sobre la tierra, mejor echar un vistazo desde fuera, y hoy es un día maravilloso para hacerlo, y es que hoy, 12 de Abril de 2011, se cumplen los cincuenta años desde que tuvo lugar el primer vuelo humano tripulado al espacio. Yuri Gagarin, un nombre que resulta familiar a todo el mundo, esté o no interesado en las cuestiones espaciales, fue el primer ser humano que abandonó la superficie de al tierra, la dictadura de la gravedad y que, en apenas cien minutos, describió una órbita al planeta. Fue el primero que subió “allá arriba e hizo Historia con H mayúscula, no con la minúscula h que ponemos a los acontecimientos vulgares de nuestro día a día.
Transcurrido tanto tiempo desde entonces puede parecernos poco relevante el acto de Gagarin, acostumbrados como estamos a ver astronautas flotando en el espacio con la tierra de fondo, pero en su momento la noticia fue de un impacto inmenso, tanto por lo que significaba de proeza para el género humano en sí mismo por el hecho de que fuesen los rusos los protagonistas. Y es que entonces los rusos eran soviéticos, la guerra fría estaba en su apogeo y noticias como esta suponían un duro golpe para la moral de un occidente que veía como el sistema soviético, de una manera oscura y secretista, era capaz de desarrollar la tecnología necesaria para alcanzar el espacio. Los esfuerzos americanos para igualar a los soviéticos eran intensos, pero acababan habitualmente en el más absoluto y cruel de los ridículos, tal como cuenta Tom Wolfe en su espléndida novela “Elegidos para la gloria” cuyo título original es “Lo que hay que tener” una descripción bastante acertada del valor, arrojo y, digámoslo, huevos, que requería montarse en los cacharros en los que los astronautas pretendían alcanzar las estrellas. Pero, más importante que la política e incluso la ciencia, Gagarin logró inflamar la imaginación de un mundo, especialmente infantil y juvenil, que veía como los tebeos, cómics y películas, en las que abundaban los extraterrestres y naves espaciales, empezaban a tomar cuerpo y realidad. La ilusión por el espacio se disparó, los sueños, hasta entonces quimeras, empezaron a verse como realidades, y visionarios de todas partes del mundo escribieron novelas, historias, libros, hicieron películas y contaron historias sobre una humanidad rumbo a las estrellas. Se hablaba de viajes turísticos espaciales en no demasiados años, asimilando el desarrollo de los cohetes al que había experimentado la aviación comercial, y la idea de pasar un verano en Marte o una temporada en órbita terrestre se convirtió en una posibilidad no muy lejana para muchos. En un contexto en el que la tecnología estaba produciendo sobre la vida cotidiana el cambio más radical que jamás se hubiese imaginado este sueño, y muchos otros, parecían posibles, era sólo cuestión de tiempo, y no demasiado. Ese espíritu que impregnó los sesenta y que culminó con la llegada del hombre a la Luna fue efímero, y a los pocos años se comprobó que, técnicamente, ir al espacio es mucho más caro y complejo de lo que se suponía, al menos con la tecnología conocida entonces (y la actual). Los vuelos en los setenta se fueron espaciando, a medida que la crisis económica terrenal disipaba los sueños espaciales, y la caída de la URSS en los ochenta y la pérdida de rivales para occidente convirtió en rutina lanzar satélites, pero los astronautas siguen hoy condenados a orbitar la tierra a unos 300 kilómetros de altura, más que la cota lograda por Gagarin, pero en todo caso un cifra que se antoja muy escasa.
Hoy habrá en Internet decenas de referencias a la hazaña de Gagarin, y serán pocas para glosarlo. La NASA, en su web, homenajea aquel momento y rinde tributo al equipo que lo logró, el Domingo El País publicaba un reportaje que mostraba como Gagarin sigue siendo hoy el gran héroe del pueblo ruso, por encima de militares, dictadores y políticos, y Pedro Duque, nuestro astronauta, el que tan orgullosos podemos y debiéramos sentirnos, escribe hoy unas breves palabras de homenaje y admiración al pionero, al primer valiente que se subió a esa bomba controlada que es un cohete y dijo eso de “allá vamos”. Un valiente, un pionero, un héroe. Todo eso es lo que hoy celebramos y admiramos.
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