Esta ha sido la cuarta noche de disturbios en Inglaterra. El foco de los mismos se ha empezado a trasladar de Londres a otras ciudades industriales como Manchester y Birmingham, después de que la presencia policial en la capital se haya más que duplicado. Parece que ha sido una noche más tranquila en los barrios de Totenhamm, Lambeth y Croydon, donde ayer se registró la primera muerte producto de estos altercados, pero esa calma es relativa, porque se han visto patrullas de ciudadanos haciendo guardia frente a establecimientos públicos y privados, tratando de defenderlos. Armados con escobas, tratan de limpiar los destrozos que rodean sus viviendas y calles.
La mera visión de las imágenes de algunos de esos barrios, con edificios incendiados, saqueos a plena luz del día y violencia desatada es extravagante, a la par que indignante, por supuesto. Y todo eso no pasa en un suburbio de favelas de Río de Janeiro, ni en Pakistán, no, sucede en Londres, la mayor ciudad de Europa occidental, el mayor centro financiero del mundo, y el destino de millones de turistas, que no se ha enterado de nada porque nada ha sucedido en las zonas que habitualmente se vistan. Ahora tocará a los expertos ponerse a estudiar para descubrir que es lo que ha fallado, de donde proviene este brote de violencia salvaje y desatada. Y lo cierto es que serán muchas las causas que, larvadas, han confluido para que la muerte de un joven en un tiroteo con la policía este pasado jueves desatase esta ola de destrucción, pero es obvio que la crisis está detrás de todo. El deterioro de las condiciones laborales y la bajada de ingresos de grandes capas de la población por el aumento del paro y la reducción de servicios sociales generan el caldo de cultivo adecuado para que este tipo de sucesos se produzcan. Una crisis como esta, tan larga y profunda, acaba por destruir el tejido que une y compacta a la sociedad, rompe grupos de trabajo, deja a personas sin ingresos, aumenta las tensiones de cara al mantenimiento del nivel de vida conocido, aumenta el grado de frustración y, en definitiva, destruye lo que se daba por seguro, creando las condiciones necesarias para que la desesperación creciente acabe convertida en ira. Muchos de los barrios donde han estallado las protestas son barrios deprimidos, enormes, con mucha población de distintas procedencias, donde la propensión al conflicto étnico se apaciguó con la bonanza económica pero ha resurgido con fuerza en la crisis, donde mi vecino puede ser mi competencia a la hora de encontrar el puesto de trabajo que tanto necesito. Pero siendo todo esto verdad, no es menos cierto que esta revuelta tiene un componente de puro vandalismo muy superior al de reivindicación política o social. No hemos visto en ningún momento manifestaciones de indignados, reivindicaciones sociales, sentadas o cosas por el estilo. No, sólo bandas de encapuchados que, amparados en la noche y en el desconcierto de un gobierno ausente por vacaciones, han tomado el control de esos barrios, se han dedicado a destruir todo lo que pillaban por delante y, de paso, robar a manos llenas. Las imágenes de asaltos a supermercados y tiendas de informática, con sujetos con el rostro tapado llevándose televisiones de plasma indican el grado de salvajismo que se ha alcanzado en esas zonas estos días, la ausencia de la ley, la ética y la sociedad que, durante tres noches, ha convertido grandes áreas de Londres en algo parecido a una selva en la que los más fuertes han dictado su ley.
Ver esos asaltos impunes, o ese vídeo impresionante, en el que un joven aturdido y desorientado es robado de la manera más obscena y chulesca por unos sujetos que se llevan lo que quieren y tiran lo demás no me genera ningún sentimiento asociado a reivindicación social. Me suena más a lo que hacían los batasunos en Rentería en los ochenta o noventa o, para ponerlo en contexto inglés, a cómo se comportaban los protagonistas de “La naranja mecánica”, aquella banda de desalmados que disfrutaban de la violencia por el mero hecho de ejercerla, por saber que eran impunes, que les daba el control y el poder, como animales en el campo. Sí, Kubrick se hubiera visto reivindicado en vídeos como este y otros que llenan nuestras pantallas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario