En los periódicos de hoy los titulares agotan los adjetivos para describir el batacazo bursátil de ayer, que dejó a las bolsas europeas y americanas hundidas sin remedio aparente, pero en el campo gráfico las imágenes dominantes corresponden a los violentos disturbios que llevan tres días produciéndose en Londres y que, lejos de remitir, se extienden a otros barrios de la metrópoli y a otras ciudades de Inglaterra. Las imágenes muestran estallidos de pillaje y violencia desenfrenada, quemas de coches, edificios y tiendas y saqueos dignos de Mogadiscio, en medio de los pasos de cebra tan british.
Visto el panorama, y con el año que llevamos, y los años de crisis que arrastramos, muchos han renunciado directamente a ver las noticias, a no leer los periódicos ya no enterarse de lo que pasa, en la mayoría de los casos hartos de comprobar que el mundo que está a su alrededor no funciona. De hecho se presume de que en verano, en lo que llamamos desconectar, se incluye el no enterarse de lo que sucede, porque ayuda a relajarse. Es la forma más moderna que conozco de aplicar ese refrán de “ojos que no ven, corazón que no siente”. La gente parece pensar que si no lee nada de la crisis ésta no le afectará y que, en general, mantenerse alejados de una actualidad bronca, cambiante y descontrolada, ayuda a estar en paz con uno mismo. Y muchos miran con aprensión a los que siguen la actualidad, calificándolos de masoquistas hasta cierto punto, y los que estamos enganchados a ella, los que como yo no concebimos un día sin informativos, somos personajes raros, incluso siniestros, porque dado como está la actualidad somos portadores de malas nuevas un día sí y otro también. “No me cuentes lo que pasa, que no quiero saberlo” es una frase que más de un conocido me ha dicho últimamente, como queriendo alejar aún más de él esta dura realidad. Pese a que no la comparto, entiendo su postura. Es cierto que un seguimiento diario de las noticias puede llevar a la conclusión de que todo está hecho un desastre, y esa, como toda afirmación categórica, no es cierta. Los diarios, informativos de televisión y de radio, viven pegados a la actualidad del momento. Se dice que no hay nada tan viejo como un periódico de ayer, y esta falta de perspectiva de los medios impide calibrar hasta que punto las cosas son graves o no en el contexto no de esta semana, sino en varios años. Por ejemplo, esta crisis económica es muy grave, desde luego, la mayor desde la de 1929, aunque puede que de seguir en esta tónica la supere en intensidad, pero en ningún aspecto es comparable el nivel de vida que existía en occidente en los años veinte del siglo pasado con el que poseemos ahora. Esto en cierto modo permite autoengañarse, tratar de buscar un rayo de esperanza para coger fuerzas, aunque sea mentira, y es una táctica psicológica muy típica para evadir los problemas, que todos utilizamos muchas veces. Un ejemplo pasmoso lo vi hace dos semanas, cuando estaba en Elorrio. Con vistas al final de un Julio meteorológicamente horrible, un artículo de prensa afirmaba que los hosteleros ponían sus esperanzas en agosto y septiembre, aunque no sabían que tiempo les esperaba en esos meses, entre otras cosas porque saber eso es imposible.
Este Domingo publicaba Juan Arias en El País un precioso artículo, titulado precisamente ¿Es que vale la pena leer los periódicos? en el que relata cómo está de moda desconectar, retirarse de esa “oración laica” como él la llama de leer el periódico por la mañana, para obtener la felicidad del desconocimiento y la ignorancia, y de lo malo que eso es, de lo que renunciamos, del valor de la noticia y la realidad que dejamos de percibir a cambio de estar sedados, engañados, ingenuamente felices, ajenos a lo que nos rodea, propensos a ser manipulados por basuras televisivas o gobiernos ansiosos de control. No renunciemos a la actualidad, por dura y cruel que nos parezca porque, entre otras cosas, sólo conociéndola podremos cambiarla.
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