Hay un episodio de Los Simpsons en el que Marge enferma por el estrés que le provoca su “adorable” familia. Harta de trabajar sin descanso, cocinando, limpiando, etc, y que su esfuerzo no sirva para nada, salvo para generarle más trabajo, su salud se deteriora, el pelo de su elevada cabellera se cae a pedazos y, al borde la histeria, busca un lugar donde huir de todas esas obligaciones. Y lo encuentra en un lugar llamado Rancho Relaxo, donde podrá hacer varias actividades pero, sobre todo, podrá no hacer nada. Simplemente descansar. Marge se va allí y eso provoca el destrozo de la vida de Hommer y demás. No pueden vivir sin ella.
¿Dónde está ese Rancho Relaxo que con tanto agobio buscamos a lo largo de nuestra vida? Hay muchos lugares donde encontrarlo, y por lo que he podido comprobar este puente de Agosto, uno de ellos es Extremadura. Sin organizarlo demasiado, al final accedí a la invitación de unos buenos amigos a pasar el puente en la casa que poseen en uno de esos pequeños y perdidos pueblos que jalonan la inmensidad extremeña, en el que ya había estado hace algunos años. Con una previsión de buen tiempo y con la expectativa de descansar y no hacer casi nada me cogí el autobús el Viernes por la tarde en Madrid y me planté a media tarde en un Trujillo tormentoso, en el que las nubes correteaban por el cielo y donde se escuchaban truenos provenientes de todas partes. Allí estaban esperándome mis amigos para llevarme al pueblo, que dista de Trujillo algo menos de veinte kilómetros. La tarde noche fue curiosa, porque un núcleo tormentoso decidió pasearse por el tórrido centro de España y llenó el cielo de tormentas desde antes de mi llegada hasta muy avanzada la noche. Nos llovió en Trujillo lo que no había caído en todo el verano, y ya en el pueblo de destino, tras la cena, paseando por las afueras, pudimos ver unos preciosos rayos en medio de la nada, sin la competencia de farolas ni luces de otro tipo, sin ruidos que enmascarasen el lejano, pero cada vez más próximo retumbar de unas nubes que se intuían muy negras. Esa noche de viernes era la de las lágrimas de San Lorenzo, pero ni vimos lluvia de estrellas, sino gotas de lluvia, que caían junto a la terraza en la que tomábamos algo de noche, mojando la plaza y las calles, áridas tras tantos días de sol y calor. Al levantarnos el Sábado, tras una noche de lluvia, la mañana no era la de un Agosto extremeño, sino la de un mayo primaveral. Limpia, radiante, fresca, dulce como los churros del desayuno, y perfecto preludio para un puente en el que no he hecho casi nada. Algún pequeño paseo, mucha terraza, una incursión en la piscina municipal y muchas horas de plácida y agradable conversación en la que uno apenas mira el reloj, se sienta y disfruta del paso del tiempo porque éste no corre, sino que fluye a la velocidad a la que se mueve el sol por el cielo. A este relax ayuda mucho que un pueblo de estas dimensiones apenas ofrece otro atractivo que el de la meditación y el relajo. Es muy útil como campo base para realizar excursiones locales, pero ya las efectué otros años, y esta vez no quería que mis amigos se pasasen nuevamente todo el día por ahí en danza, sino que deseaba no hacer nada, pensar poco en el lamentable estado del país en el que vivimos, no regodearme en el abismo económico en el que nos encontramos y que no deja de ensancharse, no preocuparme en exceso en los desastres (o mejor las ausencias) de féminas en mi vida, en fin, hacer un pequeño paréntesis de todo.
Y se puede conseguir. Incluso un personaje tan histérico en ocasiones como yo puede imbuirse de la absoluta calma que rodea a un lugar como aquel. Reconozco que sería incapaz de vivir allí durante un largo tiempo, pero la verdad es que un par de días en semejante remanso de paz es una experiencia más que recomendable, y que debo agradecer a mis amigos y a su madre, que ha tenido que soportar a un extraño sujeto que no como de nada y que da más trabajo que media familia completa. En fin, un par de días de placer que a nadie le pueden amargar, y a mi menos :-)))
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