Desde pequeño he estado fascinado por la obra pública. Contemplar desde una valla cómo trabajaban los obreros, se movían camiones y carretillas y las grúas oscilaban en el cielo era para mi algo placentero, y me dejaba asombrado ver como cada día de ese caos surgía algo, cómo todo lo que observaba tenía un plan, que a mi corta edad no atisbaba a comprender, pero que iba creando una estructura, fuera edificio, puente o cualquier otra cosa. Creo que en mayor o menor medida, a todos nos ha fascinado la maquinaria de construcción, y eso era antes de que, como ahora, adquiriera unas dimensiones inmensas.
Grúas, camiones, excavadoras, todos parecen haberse tomado esteroides y ser cada vez más grandes. Las obras en sí mismas van adquiriendo un tamaño que a veces se escapa al ojo del observador. Muchas, de hecho, transcurren bajo nuestros pies, y para eso Madrid es un ejemplo maravilloso. Sospecho que pocas ciudades están tan perforadas como esta, surcada por túneles de todo tipo, excavados a mano y a máquina, que llevan a todas partes. El invento de una máquina fascinante llamada tuneladora, de cuya existencia nada sabía hasta que vine a vivir aquí, ha facilitado mucho el trabajo de excavación y permite hacer obras inimaginables. Estos aparatos, que pueden llegar a medir decenas de metros de longitud, constan de un frente de ataque, una enorme rueda dentada que posee la dimensión del túnel que se construye, que orada la tierra sin descanso, absorbe el terreno limado y lo expulsa, a la vez que hormigona las paredes que va creando, haciendo así túnel a la vez que lo excava. Depende del terreno y la profundidad, pueden hacer unos veinte o treinta metros de túnel al día, trabajando sin descanso, y controlados por operadores que verifican que el monstruo trabaja bien y que, entre otras cosas, sigue el rumbo previsto. A veces se construyen a medida de lo que van a excavar, y Madrid ha sido una de las ciudades del mundo que más han sentido su trabajo. La reforma de la M30, la extensión de las líneas de metro o los dos nuevos túneles de la risa de RENFE, uno de ellos para el AVE, son un ejemplo alucinante de lo que estos aparatos pueden llegar a hacer. Normalmente cuando la obra se acaba se desmontan y, despiezados, suben a la superficie, pero en algún caso esto no es así. Bien porque el túnel acabe en un punto en el que no es posible el retorno de la maquinaria, o porque el coste de desmontarla sea excesivo o por la causa que sea, a veces, siempre las menos, estos monstruos se quedan bajo la tierra que han excavado, para siempre. El último de los casos que he conocido de este estilo se ah dado en Nueva York. Allí, bajo Park Avenue, bastante abajo, se va a quedar para siempre la tuneladora que ha construido una nueva línea de ferrocarril metropolitano, obra que, por cierto, ha sido desarrollada por una empresa española, dada la notable experiencia que hemos adquirido a al hora de hacer este tipo de trabajos tan complejos. En esta ocasión es el coste financiero del desmontaje lo que hace que sea más barato dejarla allí. Por lo que comenta la noticia, la máquina se adentrará en un hueco existente y allí permanecerá para siempre sellada en hormigón, sin que ninguno de los futuros usuarios de las nuevas líneas de tren sea consciente de lo que hay junto al túnel por el que transitan. De hecho es probable que la noticia del entierro de la máquina, que no creo que posea carácter oficial y ceremonioso, sea olvidad en pocos meses, y la ciudad seguirá en movimiento día tras día, con el aparato bajo sus entrañas olvidado. Pasan los años, imaginemos que muchos, y un día se realiza una excavación en Park Avenue, pudiendo ser que entonces aquello ni sea una avenida, ni esté cercana a un parque, ni situarse en un lugar llamado Nueva York, y los arqueólogos del futuro encuentran una cámara secreta que da acceso a un enorme, complejo y olvidado artefacto.
¿Qué dirían al verlo? ¿Sabrían identificar su procedencia? ¿Para qué se usaba? ¿Cómo funcionaba? ¿Por qué se quedó allí para siempre? Apuesto lo que quieran a que tendrían sus problemas y dudas, y surgirían hipótesis de todo tipo, como nos sucede ahora a nosotros cada vez que desenterramos restos de antiguas civilizaciones y no somos capaces de interpretar su uso. De lo que no tengo dudas es que seguro alguno lanzaría la hipótesis de que serían los restos de una nave espacial, enterrada hace miles de años por una civilización extraterrestre, y que tuvo que ser abandonada por sus avanzados creadores por oscuros motivos (guerras interestelares y cosas así). Sí, de estos no faltarían……
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