jueves, agosto 11, 2011

El arte de Antonio López

Ayer por la tarde, mientras el Mercado financiero europeo volvía a derrumbarse con fuerza, visité la exposición retrospectiva que el Museo Thyssen dedica a la obra de Antonio López, el mayor exponente en España de eso que se ha llamado el hiperrealismo, o la pintura que refleja la realidad hasta el más íntimo y minúsculo de los detalles. Iba con ganas de verla, tanto porque admiro al personaje como por las buenas referencias que algunos conocidos que ya la habían visitado me habían hecho de lo que allí estaba expuesto. Y lo cierto es que el resultado desbordó mis expectativas, en todos los sentidos.

Y es que la obra de Antonio López impacta. Acostumbrados como estamos a un mundo hueco, en el que la prisa se lo lleva todo, donde no hay tiempo para ser metódico ni profesional en casi ningún campo, ni de las artes ni en otras áreas profesionales, ver la obra de Antonio supone el reencuentro con el artesano, con el profesional que, día tras día, con muchas horas de empeño y esfuerzo, da lo mejor de sí mismo para acabar su obra, y que sabe que su obra requiere tiempo, y que es malo emplear más del necesario, pero aún peor es hacerlo deprisa y corriendo. Los membrillos que pinta López, primero como boceto a lápiz y luego como imagen colorista, crecen, maduran con el sol, y llegado su momento se recogen del árbol, y es el pintor el que amolda su trabajo al ritmo que la naturaleza le impone, porque desea ser un fiel retratista de la misma. Los paisajes de Madrid, urbanos, industriales, a veces con motas de verde parque, a menudo rodeados del amarillo terral de unos campos torturados por el sol, y con esos cielos indescriptibles, bellos como ellos solos, de azules intensos que cambian de tonalidad a cada minuto, aparecen ante el espectador no como si fueran fotografías, no, porque difícilmente una foto puede captar todos esos matices de luz que Antonio llega a expresar en su obra. Pacientemente, durante cientos de días, Antonio ha estado sentado en la esquina de Gran Vía con Alcalá, en la terraza de lucio, en las torres blancas, en el campo del moro, y se ha dejado la vida tratando de reflejar esa luz, ese matiz que va mucho más allá del detalle y el puntillismo de todas las ventanas que aparecen en los edificios de fondo. Los cuadros de Madrid que pinta Antonio López son Madrid, suponen la imagen más cierta que yo he logrado ver creada sobre esta ciudad, que aparece tan dura y agreste como es en la realidad. Pero la grandeza de Antonio está en que no necesita grandes formatos ni paletas milagrosas para crear arte, no. Una simple hoja de papel, un lápiz, y en sus manos un lugar tan cutre como un baño consigue tener magia, un puerta entreabierta y unas jambas logran transmitir sensaciones, e incluso esas escenas de cocinas de pequeños azulejos blancos, o los frigoríficos, una de las imágenes que más repulsión logran darme desde que soy niño, me resultaban ayer tranquilizadoras viéndolas dibujadas por Antonio López. Cuando veía esos dibujos no me podía creer que un lápiz, un simple y triste lápiz, fuese capaz de crear semejante contraste de luces y sombras, describir una realidad tan simple, burda si me apuran, pero con tanta precisión y belleza que lograba emocionar. López es tan grande no sólo por su técnica, inmensa, sino por lograr emocionar al espectador con la belleza de lo sencillo. En un mundo lleno de efectos especiales y ruido que tratan de ocultar la ausencia de contenido, el silencio y la profundidad de la obra de Antonio López es profundamente transgresora, rupturista, radical.

Si alguna vez vienen a Madrid, vayan sin dudarlo al conocido popularmente como el parque de las tetas, cercan del metro de Buenos Aires en la línea 1. Es un lugar apartado del centro, que poca gente conoce, que posee el mejor mirador sobre Madrid y su entorno, y desde el que se disfrutan las mejores puestas de sol sobre tierra que imaginarse uno pueda. Allí hay un cuartel de bomberos, y Antonio López pasó muchos años encaramado a la torre para crear su obra más monumental, homenajes a esta ciudad, a su crudeza, y a la luz que la envuelve. Sólo la vista real del paisaje desde esa atalaya se puede comparar a la belleza y emoción que Antonio logra captar en su obra.

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