Esta semana se cumple el décimo aniversario de los atentados terroristas contra Nueva York y Washington que causaron el derrumbe de las torres gemelas y acuñaron el acrónimo de 11S como sinónimo de terror e infamia. Tratando de abstraerme de la realidad, y con la paradoja de que el aniversario se “celebre” con el derrumbe de las bolsas mundiales por la nueva fase de la crisis que vivimos, voy a dedicarle varias entradas a lo que han supuesto esos atentados en el mundo que vivimos hoy en día. Diez años no son suficientes, pero si empiezan a mostrar una cierta perspectiva.
Y en lo que hace a los propios Estados Unidos, es duro constatar que transcurridos esos años su posición en el mundo es más débil de lo que era antes de los ataques. El asesinar finalmente a Bin Laden, objetivo teórico de las guerras emprendidas, ha supuesto algo así como el cierre del círculo para el gobierno y parte de la sociedad americana, pero es evidente que, mientras que la política antiterrorista en suelo norteamericano ha impedido nuevos ataques, la estrategia militar exterior no ha funcionado. La guerra de Afganistán se ha empantanado durante una década en la que las tropas americanas y del resto de países allí presentes apenas han logrado hacerse con el control de las zonas circundantes a sus bases de operaciones. La retirada anunciada por Obama, con plazos más allá de 2012, muestra que la salida de los occidentales de Afganistán va a ser por la puerta de atrás, sin lograr estabilizar el país ni la zona colindante con Pakistán, convertido hoy en día en el auténtico polvorín de la región. Entre medio tuvimos la guerra de Irak, un caro, complejo y bastante inútil ejercicio militar que principalmente sirvió para deslegitimar las intervenciones militares en el exterior y arruinar el capital solidario atesorado por EEUU en todo el mundo tras el 11S. Irak y Afganistán, dos fracasos estratégicos de largo plazo, han consumido recursos, fuerzas y prestigio de los EEUU hasta unos niveles difícilmente soportables, y han mostrado que un mundo unipolar es mucho más complejo de gestionar que uno dominado por dos potencias. Se puede establecer una correlación, a posteriori, entre estas guerras, los incentivos financieros creados para salir del agujero del 11S y la actual crisis financiera, que esta siendo devastadora para EEUU y el mundo, pero no deja de ser un ejercicio teórico que, pese a su lógica, no deja de ser la unión de unos puntos que van correlativos en el tiempo pero no tienen porqué ser causales unos con otros. Lo cierto es que si EEUU empezaba el siglo XXI con una incuestionable sensación de fortaleza y liderazgo sin rival posible, transcurrida una década de estos atentados su posición en el mundo se debilita y su espíritu se agrieta. Nuevos actores, los llamados emergentes, han emergido de una vez, y si es cierto que nada se puede comparar al poderío militar norteamericano, el dólar ya no puede comprar voluntades como antes y han quedado demostradas las limitaciones de un ejército, diseñado para una confrontación a gran escala, en una guerra de guerrillas sucia y cruel en medio de montañas desérticas. Quizás la gran innovación en el campo militar de estos años haya sido la proliferación de los drones, aviones no tripulados, toda una parafernalia de artefactos teledirigidos de alcance y potencia variable que han acercado la guerra aún más a los videojuegos y la muerte a la mera pulsación de botones a distancia.
Para el islamismo radical el mundo también ha cambiado. Sigue golpeando, y ha extendido su estela de muerte y destrucción a ciudades como Bombay, Madrid y Londres, pero afortunadamente la estrategia original de Al Queda se ha debilitado, y las revueltas árabes de este 2011 muestran un camino alternativo que, pese a estar aún por ver a donde se dirige, difiere radicalmente de la paranoia fascistoide encarnada por Bin Laden y sus acólitos. Así, la caída de las torres sacudió el mundo, pero aún no está claro como se vana situar las piezas en el tablero tras semejante golpe.
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