En medio del aluvión de noticias que vivimos es difícil que temas no relacionados con la economía o la política consigan un hueco en nuestra agenda diaria, y la ciencia es de las que peor lo tiene, porque muchos, instintivamente, piensan “complicado” nada más ver un titular sobre el espacio o similar, así que es de agradecer que el Miércoles, en la web de El País, ocupase un lugar destacado la imagen que la sonda Juno, lanzada hace unas semanas hacia Júpiter, ha tomado del sistema Tierra Luna. Véanla, es curiosa, y tiene mucha miga.
La foto está tomada a dos millones de kilómetros de la tierra y muestra un punto azulado y otro gris que está a una distancia considerable. Sí, el azul somos nosotros, la tierra y el otro es la Luna. Imágenes como estas vuelven a recordarnos que no somos nada, nuestra insignificancia, etc. Y todo eso es cierto y no debiéramos olvidarlo en nuestro día a dia, pero en lo que quiero fijarme es en la distancia, lo lejos que están las cosas unas de otras en el espacio. La Luna, por ejemplo, la vemos todos los días con permiso de las fases y las nubes. ¿Está muy lejos? No lo parece, se ve ahí arriba, pero dista más o menos unos 300.000 kilómetros de nosotros. Dado que la tierra tiene un diámetro, redondeando, de 12.000 kilómetros, la Luna está a, vaya vaya, 25 tierras de distancia de nosotros, una cantidad que se me antoja enorme. Cierto es que para llegar allí (y por tanto salir de la Tierra) hay que coger mucha velocidad y el viaje puede durar menos que una salida de puente rumbo a levante, pero eso es lo más cerca que tenemos de nosotros y está muy lejos. Otros destinos empiezan a ser inabarcables. Marte, por ejemplo, el planeta del viaje soñado. En los momentos más cercanos a nosotros, cuando Tierra y Marte se oponen y están en el mismo radio de giro en torno al sol, Marte se encuentra a, más o menos, 55 millones de kilómetros de nosotros. Toma ya. Eso suena a muchísimo, verdad??? Los lanzamientos se suelen hacer teniendo en cuenta que se tarda unos seis meses en llegar, y se calculan las épocas en las que, en ese periodo de seis meses, la distancia entre la tierra y Marte, ambos en movimiento, será la menor posible, por lo que el cohete que viaja hasta allí hace siempre bastante más que esos 55 millones de kilómetros. Aún así, supongamos que podemos ir en línea recta hasta ese mundo. ¿Cuánto es esa distancia? Una nave mandada a Marte supera los 20.000 kilómetros por hora de velocidad y tarda unos siete meses en llegar. Cambiemos las escalas. ¿Cuánto puede caminar usted al día? ¿5 kilómetros? ¿15? Un peregrino en busca de Santiago puede hacer cerca de 30 kilómetros al día. Si hace esa distancia todos los días durante unos 200 días, ¿a donde llegaría? Pues si partes de Madrid puedes alcanzar Washington DC, al otro lado del Atlántico. Así, viajar a Marte en la tecnología más moderna que poseemos equivale al reto de irse andando desde mi casa hasta el obelisco de Washington, atravesando un puente infinito sobre el mar. Inabarcable, verdad??? Y Marte (y Venus, que aún puede estar más cerca de nosotros) es lo más próximo que tenemos… a medida que uno empieza a pensar no ya en galaxias, no, sino en Júpiter o Saturno, las distancias se empiezan a hacer incomprensibles, qué más da diez millones de kilómetros arriba o abajo, o cien…. Nos perdemos, o mejor, nunca llegamos.
Pudiera así ser lógico pensar que cuando uno mira al firmamento en una noche estrellada lo que realmente está viendo es un inmenso, inimaginable, vacío, salteado de puntos alejados infinitamente unos de otros, sin posibilidad de que se pueda ir a alguno de ellos. Frente a esa visión descorazonadora, siempre hay gente, muchas veces niños, que pregunta porqué no viajamos hasta allí, si hemos logrado llegar hasta el apartamento de verano no debe ser tan difícil, se estarán preguntando… es esa ilusión la que necesitamos para arreglar nuestro problemas en la Tierra y para (miren, miren esa imagen y sueñen) salir de aquí rumbo a lo desconocido. ¿Por qué no?
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