Decía Andy Warhol que todo el mundo tiene derecho a un cuarto de hora de popularidad en su vida. Ayer fue el turno de Alessio Rastani, un trader, operador de mercados, de la city londinense, que en apenas cuatro minutos revolucionó, escandalizó, asombró y dejó boquiabierto a medio mundo. Su desparpajo a la hora de describir cómo está gozando con la crisis, cómo eso le está permitiendo forrarse y que es la oportunidad soñada para él le han convertido en objeto de ira y desprecio por parte de todos. Sin embargo, y pocos podrán negarlo, a todos nos gustaría por un momento ser Rastani. Y de hecho, en parte, lo somos.
A ver si logro explicarme. Rastani es un bocazas, sí, y un prepotente, sí. Y es tal y como le han enseñado que sea. El y otros miles y miles de ejecutivos que pululan por el mundo, como millones de empleados y comunes como usted y yo salen cada mañana a ganarse su salario y, llegado el caso, harán lo que sea para ello, luchando contra quien se ponga por delante, sin frenos morales ni florituras éticas, que eso hace mucho que dejó de estar de moda. El negocio de Rastani consiste en hace dinero, en que los fondos de inversión que maneja crezcan, porque es lo que sus dueños, los miles y millones de depositantes de todo el mundo desean. Si usted posee un depósito bancario o un producto similar mire su contrato y en el verá la rentabilidad que la entidad financiera se ha comprometido a darle. Usted, yo y todo el mundo tenemos contratos similares, y la manera de obtener esas rentabilidades es que operadores como Rastani jueguen, especulen, muevan el dinero, hagan lo que sea con tal de alcanzar el rendimiento. Para satisfacer nuestra pequeña codicia individual es necesario que sujetos muy codiciosos como Rastani estén operando en los mercados. Sino, piense en que cara se le quedaría si el banco le dice que no, que el 5% prometido se ha quedado en -3%. Seguro que se le escapa un pensamiento del tipo “inútiles, yo sí que lo haría bien y sacaría esa pasta” y entonces su Rastani particular empezaría a ver oportunidades en medio del desastre. Lo que pasa es que en este mundo de corrección política en la que vivimos, dictadura silenciosa pero muy efectiva, queda muy bien acusar a este mentecato de ser cruel, ávaro y codicioso, e incluso culpable de la crisis en la que vivimos. Y todas esas acusaciones tienen su parte de razón, pero nunca debemos olvidar que es la crueldad, avaricia y codicia de cada uno de nosotros la que mueve el mundo y las que, cuando se nos desmadran, generan situaciones de crisis como estas, que son recurrentes a lo largo de la historia. Piense usted en España en 2000 – 2007, en plena burbuja, ¿Quién no especulaba con su piso? ¿Quién no acusaba al resto de tonto si no lo hacía? ¿Quién llamaba a eso especulación? Los precios subían como la espuma y todo el mundo soñaba con hacerse rico de la nada y algunos lo consiguieron, y muchos, casi todos, ganaron pasta. La crisis ha destruido esas ganancias y ahora nos toca purgar al Rastani desatado que llevamos cada uno de nosotros, pero me da que lo que más ha fastidiado a la gente al ver a este personaje es que, mientras que casi todo el mundo pierde dinero, él lo sigue ganando. Métase en un baño, solo, sin compañeros de trabajo ni familiares ni amigos, sin sentirse observado ni juzgado, y piense sinceramente que haría en el caso de ser Rastani. Sospecho que a la mayoría les saldría una sonrisa picarona en la boca pensando en qué se iban a gastar la cantidad de pasta que tendrían a su alcance. Habrá quienes no, por supuesto, pero la mayoría de indignados públicos de ayer se transformaría en una mayoría silenciosa de…. humanos, seres codiciosos, territoriales y posesivos, que es lo que somos.
Además, el comportamiento de Rastani es muy muy antiguo, tanto como el mundo. La frase de “a río revuelto ganancia de pescadores” no la ha inventado él, precisamente. En los ochenta Michael Douglas encarnó a un Rastani mayor, en Wall Street, igualmente engominado, que disfrutaba ganando y haciendo perder, y encandiló a todos. Keynes fue un famoso especulador bursátil en sus tiempos (cuánto se habla de él y que poco se le conoce) que ganó muchísimo y perdió otro tanto, y así hasta el infinito. Lo único novedoso de Rastani es su egocentrismo para declararlo así de alto en la BBC, ante todo el mundo, y eso sí es síntoma de un tiempo dominado por el onanismo personal y las posibilidades de exaltarlo a todo el mundo. El resto, lo que dice, es tan crudo como obvio.
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