Ayer se cumplieron tres años desde que la quiebra de Lehman Brotehrs hiciera que la crisis se instalase definitivamente en nuestras vidas y nos pusiere frente al inmenso agujero en el que vivimos. Muchos aun dicen que esa quiebra fue la causa de todo lo que vino después, mientras que yo sostengo, con otros pocos, que Lehman sólo fue la primera víctima de una crisis que ya existía, sigue y seguirá durante mucho tiempo. Aparatosa y mediática, sí, pero una víctima más de la insolvencia, descapitalización y desplome que se llevó sus balances como el otoño las hojas de los árboles.
Transcurridos tres años resulta lógico plantearse si hemos mejorado mucho desde entonces o no. Este es un asunto tan complejo e importante en el que hay opiniones para todos los gustos, desde los que desde Lehman llevan diciendo que en seis meses nos recuperaremos hasta los que, desde Lehman, anuncian el inminente fin del mundo y el desastre total. En honor a la verdad, y pese a que ambos han fallado en sus previsiones, han sido más certeros los apocalípticos que los iluminados. De hecho si hoy uno lee los periódicos se encuentra que la gran noticia, en medio de cientos de noticias económicas, es que los bancos centrales de occidente se han coordinado para dar liquidez de urgencia a la banca comercial europea a riesgo de que se derrumbara, y si uno piensa en el pasado encuentra similitudes asombrosas. Bancos descapitalizados, gobiernos desbordados, incertidumbre en los tipos, caos financiero… eso sí. Los datos fundamentales de las economías son ahora mucho peores de lo que lo eran entonces. El nivel de actividad, empleo y bienestar de nuestras sociedades no han dejado de bajar en estos años, la conflictividad va en aumento y las perspectivas son malas. Y en el caso de países como España existen claros, como el dinamismo exportador o la recuperación del turismo, pero el cáncer del desempleo, sus aterradoras cifras, y el destructivo balance que muestran las administraciones públicas de todo orden y las empresas privadas no dejan mucho margen para el optimismo. En estos tres años han caído gobiernos de todo signo y pelaje en distintos países, arrasados por su incapacidad a la hora de hacer frente a la crisis. Algunos adoptaron políticas diferenciadas de otros, pero no fueron muy eficaces. En el caso de Europa no ya los gobiernos sino la propia Unión, y el Euro, se encuentran cada vez en una situación más peligrosa, en medio de voces que reclaman unidad, frente a otras que gritan que lo mejor es actuar en solitario, todo lleno de confusos llamamientos a la solidaridad, puyas a quien debe pagar esa solidaridad y un desconcierto general que muestra a las claras tanto la gravedad de lo que estamos viviendo como la poca capacidad que poseemos, como dirigencia y sociedad, para afrontarlo. Normalmente a Europa como proyecto le ha gustado (demasiado) llegar hasta los límites para forzar los acuerdos, bordear el fracaso para forzar el éxito, y en varias ocasiones esa estrategia le ha funcionado, supongo que haciendo ver muy de cercan a sus socios lo que perderían en caso de no llegar a un acuerdo. En este caso la situación va mucho más allá. No nos encontramos ante la típica parálisis europea producto de su complejidad o ambigüedad, o el fracaso de algunas de sus iniciativas, como el clamoroso incumplimiento de los objetivos de Lisboa. No, estamos ante una mera cuestión de supervivencia. O salvamos esta o el proyecto europeo se nos va.
Palabras mayores, sí, pero son las que hay que decir. Muchas de las soluciones que se proponen (eurobonos, agencias europeas de calificación, etc) son sucedáneos que tienen su utilidad temporal, pero más allá se debe buscar como una integración fiscal seria, responsable y coercitiva puede hacer que la actual situación se estabilice y entre en vías de solución. Así, a tres años de la caída de un banco, y con millones de parados a los que nadie hace ningún caso en todo el mundo, la discusión es cómo salvar la Unión europea de su propio colapso. Visto así la perspectiva del tiempo muestra un rostro muy cruel. Esperemos que cambie de cara. Está en nuestras manos y esfuerzo el lograrlo.
Me cojo tres días de vacaciones. Si todo es normal, hasta el jueves 22, último día del verano.
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