jueves, septiembre 15, 2011

Llamada a tres

No se si se acuerdan de aquellos anuncios en los que se nos mostraban las maravillas de las centralitas digitales y lo que íbamos a ser capaces de hacer con ellas. Uno de los productos estrella era la “llamad a tres” en al que tres personas podían hablar a la vez entre ellas. En los anuncios las fotos de las personas iban rotando en la pantalla como si a Doris Day y Rock Hudson se les hubiera colado alguien en la pantalla. De ahí a que toda la pantalla se llenase de rostros y todo el mundo hablara, el llamado “party line” sólo distaban algunas pesetas. Porque sí, entonces los precios eran en pesetas.

Y esa fue la estética escogida ayer por los informativos para ilustrar
la videoconferencia a tres que tuvo lugar entre Merkel, Sarkozy y Papandreu. En los telediarios se mostraban imágenes de archivo de los tres dirigentes, dado que no se disponen de propio evento, y rotaban en la pantalla, generando impresiones divertidas. Cuando la foto de Merkel estaba sola en la parte superior uno intuía las broncas que les iba a echar a los otros dos. Cuando era Papandreu el que estaba solo… bueno, Papandreu lleva mucho tiempo sólo, y Sarkozy en solitario daba la imagen de creerse que controlaba todo el tinglado. ¿De qué hablaron? Entre otras cosas de cómo pagar la factura de la conferencia y en qué moneda, y en esos dos puntos hubo acuerdo. La pagaría el griego y en euros. De ahí en adelante nada. Por la noche tenía la sensación de haber asistido a un magnífico espectáculo mediático en el que a lo largo del día se había ido alimentando una bola de expectativas ante algo novedoso, la videoconferencia, y que luego había terminado en nada, en meras palabras y ejercicios de intenciones. Una vez conseguido el efecto de rebotar a las bolsas el ejercicio se da por amortizado y se escenifica. A lo mejor estuvieron hablando de sus vacaciones de verano, o de dónde van a ir el año que viene, y si existe la posibilidad de que Grecia done alguna de sus islas para compensar lo que no va a pagar y así montar una casa de verano en la que Sarkozy pueda pasear a su nuevo retoño y presumir de Carla en otra parte. Seguro que MErkel también quiere pasar una temporada al sol, lejos de las montañas bávaras y sus frías nubes, y ya le tiene echado el ojo a un grupo de las Cicladas para montar excursiones y crear la primera oktubergruieguenfest de la historia, todo ello con mucho yogur. Y Papandreu, incapaz de decir nada, asentía sin parar, sabiendo que luego se las apañaría para no darles islas a ninguno y de paso no pagar la llamada, confiando en que el tipo de anonymus que lleva una extraña careta y que hace pocas horas se ha ofrecido a instalarle el equipo de videoconferenia en la sala apañe aquello para poder pillar señal wifi del vecino y no pagar. Tras unos minutos de charla los tres se habrán despedido amistosamente, deseándose lo mejor de cara al inicio del curso escolar, preocupándose por la salud de sus familiares, y habrán colgado. De vuelta a sus aposentos Sarkozy habrá presumido delante de su Carla del alma que el mundo está en sus manos y él lo controla desde su despacho, le habrá agarrado con pasión y habrá tratado de besarle subido a una banqueta. Merkel irá a su despacho, donde sigue su marido limpia que te limpia las fotos familiares, y le habrá dado instrucciones para la colada de las cortinas que tiene previsto hacer hoy, y luego habrá tirado algunos yogures griegos que llevan demasiado tiempo caducados en su nevera.

Y Papandreu se habrá ido al despacho a ver si en los cajones le queda algo con que pagar al tío de anonymus que le ha apañado los cables pero que dice que si los mercados le extorsionan él no va a ser tan pringado como para hacerlo gratis, y le amenaza con que sino paga le llenará la televisión griega de emisiones de algo llamado Tele5, porque un amigo suyo que es italiano pero ahora reside en España le puede pasar la señal y hacer que eso sea lo único que se vea en la tele griega. Cómo en otras ocasiones, Papandreu no sabe bien qué es lo peor, se niega a pagarle el recibo al de la careta y, postrado ante un icono bizantino hecho en plástico chino, repite sin cesar: “Sálvame, sálvame, sálvame….”

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