Haciendo abstracción del desolador panorama económico al que se enfrenta una Europa sumida en la mayor de sus esquizofrenias, quiero dedicar hoy el hueco en esta columna a homenajear a los columnistas, esos autores que día tras día encontramos en su espacio reservado en la prensa, y que con sus reflexiones, que a veces compartimos y a veces no, siempre nos tratan de iluminar y proporcionar argumentos para la reflexión, y todo ello porque este Domingo 20 falleció Javier Pradera, uno de los granes columnistas y editorialistas de El País.
Desde pequeño me gustó la prensa. Daba la plasta a mis padres para que siempre hubiese un periódico en casa, y a cierta edad para que hubiera dos. Esto último lo conseguí comprándome yo el segundo, porque no hubo “colaboracionistas” en el régimen familiar, pero lo cierto es que he tenido la suerte de vivir en una casa en la que el periódico era parte de la decoración. Leía sus páginas y veía las firmas de muchos autores que, en las páginas de opinión (las páginas importantes pensaba yo) no dejaban de dar su punto de vista de lo que pasaba, día tras día. Quise ser como ellos, aunque mi trayectoria escolar y universitaria me alejó de ese campo, pero mi afán por dar la “plasta”, que sigue tan vigente como el primer día para sufrimiento de los que me deben tratar cada día, santos todos ellos, y esta maravilla que llamamos Internet me permitieron hace ya algunos años, 2006, poner en marcha esta ventana de opinión al mundo, emulando a esos columnistas que siguen en sus tronos de papel y que todos reverenciamos. Y esos tronos tienen espacios fijos, zonas naturales donde el columnista ya ha creado su ecosistema propio. Pradera “vivía” en la columna izquierda de la página par del suplemento Domingo de El País, Ignacio Camacho lo hace en la columna derecha de página impar de opinión de ABC, Manuel Alcántara en la columna de salida de la última página de El Correo, Forges editorializa sus viñetas en la base de la página impar de opinión de El País, Pérez Reverte acude fiel a la primera página impar de opinión de la revista XLSemanal, y así podríamos ir relatando los puntos en los que cada día, cuando compramos el periódico que más nos gusta, acudimos con puntualidad fija. Ese espacio, esa zona es la de un conocido, un amigo para cada uno de nosotros. Es su portal, su residencia, su buzón, en donde poder verle día tras día. Acudir a ese punto, y al conjunto del periódico, me parece uno de los rituales más sagrados, sublimes y bellos que uno puede llegar a hacer, o al menos de los que yo he experimentado. Leí una vez que leer el periódico en Domingo era la misa del laico, y me parece una expresión grandiosa y cierta, aunque yo la elevaría aún más, extendiéndolo a los religiosos también. Y en esa “misa” nos encontramos al oficiante, al escritor. Poco a poco vamos conociendo la vida del columnista, sus filias y fobias, manías, grandezas y miserias, sus opiniones y su sentido ante la vida y realidad que contempla desde sus personales ojos, tan propios y particulares como los de cada uno de nosotros, pero dotado como está él de la gracia y el arte de la escritura su visión se puede plasmar en reflexiones y opinión de altura. A medida que avanzamos en el tiempo y vivimos nuevas experiencias el columnista también lo hace, las suyas propias, pero ambos compartimos destino, crisis económica, revueltas políticas, el incomprensible éxito de Lady Gaga y, en general, todo eso que llamamos actualidad, que nos rodea y permite decir que todos vivimos en el mismo mundo. Y así, pasamos años leyendo y viviendo con nuestras columnas.
Pero, como sucede en todos los órdenes de la vida, el columnista también nos deja. A veces temporalmente por motivos de negocio, pero otras, como fue el caso de Pradera este Domingo, por enfermedad y muerte. Su residencia queda vacía, su espacio se convierte en hueco, y nuestra cita regular se rompe, porque ya nunca podremos volver a leerle sus escritos y reflexiones. ¿Cómo se vuelve a rellenar el agujero que deja en el papel y en nuestra conciencia la muerte de un periodista? Como al paso de un cometa que se aleja, queda la estela de su memoria en nuestro pensamiento, pero luego, una gran oscuridad y vacío, a la espera de ser cubierto.
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