Hoy será uno de los lunes en los que los periódicos usen más papel del año. Al seguimiento de los deportes, principal activo de la edición de un día como hoy, esta vez le ha quitado protagonismo el análisis de la jornada electoral de ayer, que no deparó sorpresa alguna salvo los resultados del País Vasco y Cataluña, donde el voto nacionalista sale mucho más reforzado y el descalabro socialista general no es recogido por el victorioso PP. Pero quiero hoy pararme en las comparecencias de anoche de Rubalcaba y Rajoy, más en la del primero que en la del ya virtual presidente.
El PSOE alcanzó ayer el mínimo histórico en lo que hace a escaños en el Congreso. 110, como el antiguo límite de velocidad, rompiendo el suelo de Almunia, 125, y los registros de las primeras elecciones constituyentes. Un desastre. Tenía por tanto que comparecer Rubalcaba ante los medios, dar la cara, y asumir sus responsabilidades ante este dato. E hizo todo eso menos lo último. A eso de las 22:30 apareció Rubalcaba ante los medios, serio, dolorido, con una cara descompuesta, e hizo un breve discurso más de evasiva que de asunción del fracaso, que no me gustó, pero lo que más me asombró de su aparición fue su absoluta soledad. Rubalcaba estaba sólo. Nadie le acompañaba en el atril desde el que hablaba a sus militantes, necesitados de apoyo tanto como é. A su izquierda y derecha reinaba un silencio y un vacío desolador. Las escenografías de ahora, que ponen figurantes de fondo para dar sensación de cercanía, era incapaces de ocultar el hecho no ya de la derrota, sino del abandono al candidato. Desde luego no estaba Zapatero, secretario general de un PSOE derrumbado, que ayer debió comparecer ante su militancia y el país, ni Manuel Chaves, presidente de un dolorido partido que en estado grogui no era capaz de entender como ese 110 de las pantallas permanecía inalterado a lo largo de la noche. Ningún Ministro del todavía gobierno socialista estaba allí, arropando con su presencia a un candidato que hasta hace unas horas era esperanza de futuro y en ese momento era sinónimo del mayor fracaso imaginable. Nadie. Por no haber ni estaba ninguno de los miembros del equipo de campaña de Rubalcaba. Elena Valenciano, la jefa de su equipo, apareció poco después de las 20:00 para anunciar la comparecencia de Rubalcaba, que fijó a las 22:00, y con la esperanza de que los sondeos estuvieran equivocados, y cuando la realidad fue para el PSOE aún peor que la estadística, no se presentó. La imagen me pareció muy triste, humillante e innecesaria. Independientemente de los muchos errores de campaña que ha cometido Rubalcaba, que ahora todos detallarán pero que hasta ayer sólo unos pocos mostrábamos, el principal responsable de su derrota es Zapatero, emulando un poco lo que le sucedió a Rajoy en 2004, que perdió en nombre de Aznar. El PP ha organizado ya como un acto clásico la aparición en el balcón de Génova, que no deja de ser una chanza algo cutre, pero que impide que, ante la derrota, el candidato y su equipo se escondan, como vimos en la dramática aparición de Rajoy y su séquito en 2008. En el PSOE, más listos, organizan un acto externo cuando los datos son buenos, y en ocasiones como las de ayer la cosa era para hacer actos fúnebres. Sospecho que a partir de hoy empezará el clásico ejercicio de navajeo por optar al liderazgo de un partido deshecho, en el que todos los líderes regionales han perdido. Pero desde luego lo de ayer fue un acto cruel y nada elegante por parte de casi todo el PSOE.
Y sobre Rajoy… hizo un discurso ante los medios bastante bueno y luego trato de que el acto del balcón no fuera tan chabacano como en otras ocasiones. El destino le ha deparado ser el presidente del gobierno con mayor poder en la historia de la democracia, con mayoría absoluta en las cámaras, control de casi todas las CCAA y la mayoría de los ayuntamientos pero, paradojas de la vida, su margen de maniobra es nulo y la tutela sobre todas sus decisiones es casi absoluta por parte del sistema financiero. Su responsabilidad es inmensa. Ahora le toca empezar a hacerse merecedor del triunfo cosechado ayer.
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