Día tras día, especialmente los fines de semana, conocemos noticias relacionadas con la violencia machista que, en muchas ocasiones, acaban con el asesinato de la mujer, o de enfrentamientos conyugales que cuestan la vida a hijos, padres y demás familia anexa. Estas noticias tienen mucho éxito, aunque no logro entender muy bien porqué. De hecho a mi me dan repelencia y no las sigo, pero sucesos como el de los niños desaparecidos en Córdoba desde hace un mes se siguen en los medios y en la calle con auténtica pasión. Se consumen, se devoran.
Y a veces, como es hoy el caso, es necesario reiterar que todo ese cúmulo de desgracias y desastres que nos cuentan es la excepción. La mayor parte de las familias se quieren, los matrimonios se aman, los padres estarían dispuestos a hacer cualquier cosa por el bienestar de sus hijos y es el amor, sobada palabra pero siempre tan necesaria, lo que preside la convivencia en la mayor parte de los hogares. Y este fin de semana ha tenido lugar una noticia trágica pero que esconde un trasfondo bello, aunque no haya acabado bien del todo. Hace unos días desapareció un padre con su hijo de tres años, tras ir a recogerlo al colegio. La policía se puso a buscarlo y seguro que algún periodista empezó a ver una jugosa noticia de rapto, engaño, celos y asesinato de por medio. La madre, angustiada, denunció el jueves la desaparición y me la imagino echa entonces un manojo de nervios, dudas y temores. Dónde estarán, qué habrá pasado….. y puede que alguno de sus vecinos, en el fondo de su congoja, estaría temiendo estar ante otro caso de esos de violencia que salen en la tele, en la que todo el mundo se muestra sorprendido ante una realidad que casi todos conocían. El Sábado terminó esta historia de desaparición, con un final amargo, como antes he dicho. Resulta que el padre tuvo un accidente de tráfico en el camino de vuelta del colegio a casa. El coche se salió de la carretera, poco más que un camino vecinal asfaltado, y fue a parar al fondo de un terraplén que no se puede divisar desde la carretera, motivo por el que el rastreo inicial que si realizó el Viernes no deparó noticia alguna. Fue un agricultor quien el sábado denunció que allí abajo, escondido, había un coche con personas en su interior. Acudieron los bomberos y la policía y, tras arduos esfuerzos, lograron sacar el cadáver del padre y al niño de tres años, que apenas presenta un rasguño en la frente. Lo interesante del caso es que, por lo que señalan los expertos, el padre no murió en el momento del accidente, sino que debió estar vivo y agonizante por unas horas, tiempo en el que tuvo abrazado a su hijo, y le proporcionó protección y calor. Finalmente murió, y en esa postura, de hijo abrazado a su padre ya fallecido, es como encontraron los efectivos de emergencia a la familia. Es probable que el calor humano del cuerpo del padre haya permitido que el niño, de tan corta edad, aguante las dos noches que ha pasado en el coche en medio del descampado, y que aún muerto, su cuerpo le haya servido de manto y protección. De manera involuntaria, porque no deseaba el accidente, la vida de ese padre ha salvado a la de su hijo.
Dentro de unos años a ese niño le contarán cómo murió su padre, y qué hacía el entonces en ese coche, dado que es probable que no recuerde nada. La madre, a la que imagino desconsolada, puede que haya guardado los recortes de la prensa de este fin de semana en los que su marido aparece como un buen hombre, y su hijo como el fruto de un milagro, y quizás se los enseñe cuando sea mayor, junto a la foto de su padre, que una vez le dio la vida y otra se la volvió a regalar, cuando el destino le puso en el trance de despedirse de su hijo, y le dio su vida hasta el final, por puro amor.
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