Sí, sí, las hay. Pese a que no lo parezca viendo la actualidad diaria, en la que la economía versión taquicardia se ha llevado todo por delante. Los comicios del 20N son de una enorme importancia, pero pese a ello han sido sepultados por algo de lo que Rajoy y Rubalcaba no tienen prácticamente ni idea. Los sondeos, además, han contribuido a quitarle emoción al proceso porque la duda es por cuánto sacara Rajoy su mayoría absoluta. Creo que pasará de 180 pero no llegará a los 190. En todo caso el resultado parece cantado, y eso que Rajoy ha hecho una campaña basada en dos premisas completamente erróneas.
Uno es el de la generación de la confianza, palabra talismán bajo la que, en mi opinión, se esconde la nada. No es malo tener confianza, no lo voy a negar, pero venimos de una época en la que ese concepto tan etéreo y escurridizo ha actuado como placebo para eludir una realidad que nos golpea ahora con toda su crudeza. La victoria del PP generará más confianza que el gobierno actual más que nada porque el gobierno de ZP hace tiempo que ha dejado de existir, pero tras las elecciones esa confianza deberá ser respaldada por hechos, realidades, concreciones de las que Rajoy huye como de un nublado. Si basa su inicio de gobierno en vagas apelaciones a conceptos de este estilo se estrellará mucho antes de lo que se prevé, y es que uno puede tener confianza en el futuro, pero si no tiene manera de pagar sus deudas no hay confianza que valga, algo así como que el deseo de volar me lleve a arrojarme por una terraza para incumplir al ley de la gravedad. El otro error, que han repetido todos los dirigentes del PP, es que ya en 1996 cogieron a un país hundido y lo levantaron, y que lo que se hizo entonces se puede hacer ahora. La primera parte del argumento es cierta, pero el resto es completamente falso. No hay nada en la coyuntura actual que pueda asemejarse a lo vivido en 1996. Cierto es que entonces nuestros ratios de paro eran enormes y debíamos mucho, pero Europa y el mundo caminaban hacia años de prosperidad económica, la ilusión del proyecto compartido del euro se instaló en el continente y todos hicimos sacrificios para llegar a esa meta, que al final se logró alcanzar, aunque para ello fuera necesario poner las bases de la burbuja inmobiliaria que nos enriqueció a todos durante una década y nos va a arruinar durante dos. La globalización era un fenómeno del que se hablaba en las escuelas de negocios y en centros de estudio, pero no existía en la vida real, China seguía siendo un lugar remoto del que sólo se hablaba para escoger restaurante o cena, y una cosa llamada Internet, que nadie sabía lo que era, empezaba a funcionar en algunos países. Si uno echa la vista atrás, y no queda muy lejos en el tiempo, 1996 era, con todos sus matices, un mundo mucho más sencillo, comprensible y pequeño que el que vivimos hoy. Días como los de ayer eran completamente impensables hace pocos años, algunos dirían que hace pocos meses. De ahí que las recetas que el PP implantó en 1996 no vayan a ser muy útiles hoy en día. Sin política monetaria propia, con un crédito que no va a volver en muchos años y una economía en estado comatoso las medidas estructurales son necesarias y serán positivas, pero ejercerán su influencia dentro de algunos años. La travesía en el desierto que le espera a Rajoy y su gobierno va a ser durísima, solo superada por lo que vamos a sufrir el resto de los españoles.
¿Y Rubalcaba? Así como en 2004 Rajoy perdió en nombre de Aznar, el Domingo Rubalcaba perderá en nombre de ZP. No se le puede negar voluntad, pero era imposible remontar este partido, y su campaña, deslavazada, algo improvisada y dando muestras de agotamiento ideológico no ha contribuido mucho a recuperar posiciones. El ataque preventivo lanzado por Carma Chacón el Miércoles demuestra que a partir del 21 el PSOE se va a enfrascar en un duro y canallesco debate por los restos del naufragio. En fin, vayan a votar el día 20, a quien quieran, pero por favor, vayan. Y a partir del 21, que la fuerza nos acompañe.
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