Visto con perspectiva las imágenes que llegaban ayer de Teherán tenían un cierto regusto familiar. Imagíneselas en blanco y negro, con más banderas americanas, y unas ropas tipo vintage, que se dice ahora, y no tardará en identificar el asalto a la embajada norteamericana que tuvo lugar a finales de los setenta en plena presidencia de Jimmy Carter, que derivo en secuestro de diplomáticos durante meses y que fue una de las causas de la derrota del demócrata frente a un entonces desconocido Ronald Reagan. Treinta años después, en la misma ciudad, el país asaltado es otro, Reino Unido, pero la escena es clavada.
Y diríase que el foco del problema también sigue siendo el mismo, la ambición sin límites del régimen clerical que gobierna con mano de hierro en Irán. A lo largo de los últimos meses la tensión permanente en la que se mueven las relaciones entre Irán y su gobierno, el amigo “Ajma” con el resto del mundo no ha hecho más que crecer. Los informes de las agencias internacionales advierten cada vez con mayor claridad del riesgo de que Irán se haga con la bomba atómica en un plazo que, dado como avanza el tiempo, puede situarse en meses, no en años. El régimen se siente cada vez más hostigado por estas revelaciones y acusa a todos los demás países de querer atacarle, para lo que promete venganza eterna y el consabido discurso de destrucción sin límites. Irán, su régimen más bien, también está muy nervioso por el desarrollo de la llamada primavera árabe, que ya ha tocado las puertas de Siria, vecino suyo, y amenaza con hacer caer a la siniestra dictadura que oprime a los sirios desde hace décadas. Siria es un país con el que Irán mantiene una relación de intereses mutuos, dado que, alejados en lo que hace al sentimiento religioso, comparten enemigos y odios comunes, materializados en Israel y EEUU. La caída del régimen de Basar Al Asad, que desde aquí deseo que se produzca cuanto antes, colocaría a Irán en una posición más débil que la actual. Perdería un socio estratégico, como antes he comentado, y su asfixiada población, sometida a una represión feroz en la calle y a una rígida mordaza en los medios de comunicación del país, tendría contacto directo con un país en el que la población se ha levantado y acabado con el régimen, a costa de su sacrificio y decenas, cientos de muertos. El peligro de contagio de la revolución podría ser real. Y esto a los clérigos les asusta, y mucho. Es cierto que demostraron hace pocos años, en lo que se llamó la revolución verde, que si no hay escrúpulos, pueden aplastar una revuelta y acabar con los cabecillas de la misma, pero hoy la dictadura iraní es más débil de lo que era hace unos años, y el contexto no le ayuda. No hay país vecino suyo que le apoye, y es más, casi todos estarían encantados de que el régimen chií de Teherán se derrumbara, empezando por sus vecinos del golfo pérsico que, aunque lo nieguen, están aún más dispuestos que la propia Israel a atacar si así se les pidiera. En este contexto tan volátil y peligroso, ¿cómo interpretamos el asalto de la embajada de ayer que, sin duda, ha sido promovido y alentado por el régimen? Difícil pregunta. Quizás el objetivo principal sea hacerse el gallito frente a occidente y demostrarle que las bravatas de la OIEA, ONU y demás organismos no amedrentarán al régimen. Una demostración de fuerza, con el aire de exaltación popular y de insurgencia frente al opresor extranjero, táctica muy usada en toda dictadura desde que se inventaron en el pasado. Probablemente todo este pulso acabe con la congelación de las relaciones diplomáticas entre Teherán y Londres y, si continúa en el tiempo, se volverá a la ruptura que ya se produjo en el pasado.
Pero más allá del incidente, grave y serio en sí mismo, resulta evidente que el “problema” de Irán no deja de crecer, y el tiempo contribuye a empeorar las cosas. De no actuar militarmente es seguro que Irán poseerá la bomba atómica en un plazo breve, y sus intenciones no son nada pacíficas, al menos según su discurso oficial. ¿Qué se puede o debe hacer? ¿Es el ataque preventivo una solución valida? ¿Sí? ¿No? Y en caso afirmativo, aunque la propuesta está llena de riesgos, ¿Quién lo llevaría a cabo? ¿A qué coste?. Como en el caso de la UE, la crisis puede llegar a un punto en el que, se haga lo que se haga, nada será creíble ni acertado. Muy atentos a lo que salga de este avispero, sospecho que algo nos acabará picando...
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