Ayer leí en la prensa una noticia que me entristeció mucho, aunque dada la edad del protagonista era de esperar que sucediera en breve plazo. Pero aún me fastidió más que en el telediario o en cualquier otro informativo no se hiciera mención alguna a la misma. Me estoy refiriendo al fallecimiento de Gustav Leonhardt a los 83 años de edad. Leonhardt era el mayor y mejor clavecinista vivo del mundo, el que revitalizo ese instrumento de teclado y que, con su ansia de conocimiento y rigor interpretativo, impulsó una corriente de recuperación de la música antigua y barroca que cambió el mundo musical en la segunda mitad del siglo XX.
Hasta entonces las obras del repertorio anterior al clasicismo, todo lo que sea más antiguo de Mozart para simplificarlo mucho, eran tocadas con instrumentos y criterios modernos. Leonhardt es el primero que se plantea seriamente que Bach o Pachelbel no tenían pianos, ni clarinetes, ni nada de lo que hoy existe en una orquesta moderna, empezando por el número de intérpretes que podían reunir para tocar sus obras, mucho más pequeño de lo que hoy imaginamos como una orquesta sinfónica. Así, por ejemplo, las obras para teclado en aquella época se tocaban sobre órgano o clave, y es el clave el instrumento en el que este maestro hace especial incidencia, y logra que vuelva a las salas de concierto desde los museos donde dormía como el arpa becqueriana. También se fija en la música instrumental y de cámara, y comienza a fundar grupos de interpretación pequeños, modestos, y dotados de instrumentos de la época, tales como cornos, sacabuches, trompetas y otros muchos, recuperados del baúl e los recuerdos. Es el comienzo de lo que se dio en llamar interpretación historicista, que trata de recrear como era realmente esa música, cómo sonaba y cómo se tocaba. Con su aspecto de anciano frágil y tranquilo, Leonhardt esconde el perfil de un revolucionario, un antisistema musical. Crea escuela, y empieza a tener discípulos que siguen sus pasos y continúan abriendo senderos inexplorados. En compañía de Nikolaus Harnoncourt comienza, a principios de los setenta, la grabación integral de las cantatas de Bach con esos nuevos criterios, algo que nunca se había hecho, y poco a poco lo logra, en un esfuerzo titánico que genera adeptos por todo el mundo. Jordi Savall, Philippe Herreweghe, Paul McCreesh son el inicio de una larga, Ton Koopman, Trevor Pinnock son el inicio de una larga, enorme lista de grandes intérpretes y directores de conjuntos especializados en el repertorio antiguo y barroco que se adentran en los caminos que abrió Leonhardt. Su maestría al teclado, inmensa, inabordable, no dejó de crecer a lo largo de los años y, a medida que envejecía, parecía que era aún más versátil y capaz de sacar del calve toda la expresión e intensidad que su mecánica, en teoría, le impide desarrollar. Activo hasta el final, Leonhardt falleció tras un concierto celebrado hace pocas semanas en París, y antes de acudir a otra cita con el público y su obra. Modesto, entregado a su pasión, enemigo de la fama y los medios, honrado, disciplinado y educado hasta la saciedad, su imagen estará siempre unida a la figura de un escenario semidesnudo, con un solo instrumento de teclado en medio de la oscuridad, y un mar de notas desgranándose por el aire cantando a la felicidad y el arte. Notas compuestas en su mayor parte por Bach, porque es la figura de Bach a la que Leonhardt unió su destino, y el la obra del genio de Eisenach a la que Leonhardt dedicó su vida.
Para Gustav había muchos autores, pero sólo uno era Bach. Su comunión con las partituras bachianas fue absoluta, y su destreza y genio encontraban en las Variaciones Goldberg, el clave bien temperado o el Arte de la Fuga el terreno ideal para no dejar de experimentar, crecer y alcanzar planos sonoros inimaginables, fruto de su destreza y sensibilidad, y de la creación de un genio como Bach, que compuso cosas que nadie imaginó ni nadie ha vuelto a alcanzar. Leonhardt profesaba una admiración absoluta a Bach y, tras su muerte, si hay cielo, debe estar disfrutando con el maestro de su obra amada. Y es que uno de los motivos por los que se puede creer que haya cielo y Dios en el mundo es que Bach existió, y que suena……
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