¿Hace cuánto tiempo que no hace usted un examen, querido lector? Quizás sea mayor, y los exámenes le suenen a algo pasado, que acumula polvo y telarañas en el baúl de su memoria. Puede que hace pocos días hiciera alguno, si me lee en edad escolar o universitaria, y puede que, como muchos, piense que trabajar como un deslomado y que llegues cada noche a casa sin que te despidan es pasar el examen más duro de la vida, y que se repite día tras día sin que uno tenga la sensación de encontrarse en evaluación continua, sino más bien en el día de la marmota en las fechas de la selectividad.
La cuestión es que hoy yo tengo un examen, de los de sentarse en la mesa ante un tribunal y hacer un test, el primer examen de una serie de tres en los que, en teoría, o saco buena nota o ya me puedo ir despidiendo de este trabajo. Se trata de una convocatoria para cubrir de forma legal y oficial las plazas de laborales en el Ministerio que mis compañeros y yo ocupamos desde hace algunos años de manera indefinida pero no permanente. Y, paradójicamente, no estoy tan nervioso como recuerdo que lo estaba en la época de la Universidad, y eso que hoy, y en estos exámenes, me juego el hecho de seguir teniendo nómina o irme al paro, una de las disyuntivas más cueles a las que se puede enfrentar un español hoy en día. ¿Por qué ese relajo, esa falta de tensión? No lo se. Puede que se deba al mismo hecho de la falta de práctica de hacer exámenes. Es cierto que hace unos cuatro años me presenté a una tentativa de oposición de diplomados en estadística, y por poco no pasé el primero de los exámenes, pero también es verdad que no me jugaba nada, iba con red. Si suspendía me quedaba como estoy ahora, por lo que la tensión era, obviamente, menor. Quitando ese momento no me examino desde la época de las entrevistas de trabajo, en las que uno sentía todos los nervios y tensión propios de una prueba universitaria pero con el inconveniente de no saber las reglas, de no tener nada claro qué es lo que se debe hacer para aprobar y, nuevamente, con el fantasma del desempleo al otro lado de la puerta. A medida que fui haciendo entrevistas y dormía acunado en las sábanas del paro, el relajo con el que acudía a las mismas era mayor y, curiosamente, fui contratado en la que quizás me mostré más natural y despreocupado. Sin embargo también entonces la procesión iba por dentro, la angustia del “y si esta vez tampoco..:” y los temores ante la nada. Hubo suerte, y desde entonces llevo trabajando (y cotizando) once años seguidos, lo que es un record en estos tiempos. Ahora nuevamente oigo el rumor de fondo de las cadenas que el espectro del paro hace sonar en mi mente, y su flagelo blanco me asalta en forma de EPA, con horribles datos cada trimestre (atentos a la de esta semana, será horrorosa) y colas en las oficinas del INEM. Como hay que cubrir cinco plazas no basta con aprobar, sino ser, como muy malo, el quinto de los presentados. ¿Y si me quedo el sexto?
En ese caso, adiós al Ministerio, a la torre con sus vistas, a los muchos compañeros y amigos que he hecho a lo largo de los años, y vuelta a empezar con ese proceso tan ilusionante de búsqueda de empleo que se me da tan bien. Fíjense que no he dicho adiós al blog, ni mucho menos, porque esta ventana de mi vida seguirá abierta al mundo de Internet y a sus ojos, amado lector, la haga desde el trabajo mucho antes de que empiece mi horario laboral legal, o la escriba desde casa a horas no tan fijas pero siempre atractivas. En fin, entre los comentarios de noticias mucho más importantes, ya les iré contando que tal me va esta pequeña aventura.
1 comentario:
¡¡SUERTE!!!
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