Este fin de semana se cumple uno de los aniversarios más esperados por los curiosos, fetichistas y seguidores de las causalidades. Se trata del centenario del hundimiento del Titanic, acaecido en las aguas de Terranova entre la noche del 14 al 15 de Abril de 1912, hora local, la madrugada avanzada del 15 en España. Así, cuando usted se levante el Domingo por aquí el Titanic ya se habrá hundido, y si está de juerga esa noche, aunque va a hacer muy malo, sepa que mientras se toma unas copas los pasajeros corren por cubierta sin whisky, pero asustados por el hielo
Se ah escrito tanto sobre el Titanic que poco les puedo contar que no sepan. De hecho la red está llena de suplementos, especiales y recopilatorios de información sobre datos y características del barco, viaje y hundimiento, y como muestra, este magnífico enlace. La historia del barco se ha convertido en un mito, y la verdad es que tiene todos los elementos necesarios para ello. El primer viaje del barco más lujoso del mundo, de la mayor máquina jamás construida por el hombre, en el que miles de personas, rodeadas de lujo, miseria y ambición, sólo esto último bien repartido, se encaminaban a un nuevo mundo, y que en esa primera travesía sucediera lo más inesperado, lo más imprevisto, y que al final todo se hundiera, literalmente, no deja de ser impactante. En su momento la noticia fue tremenda. Se trataba del mayor hundimiento de la historia, pero además supuso un mazazo moral a un mundo que llevaba años de prosperidad y crecimiento, que había visto como en apenas un par de décadas el progreso tecnológico había hecho dar un salto a la calidad de vida como jamás había sucedido en la historia, haciendo que, por ejemplo, las ciudades se iluminasen con algo llamado electricidad, que también servía para que el telégrafo, otra maravilla, permitiera la comunicación instantánea de las noticias, etc. Y desde la crisis de finales del XIX la economía global crecía sin parar, a un lado y otro del Atlántico, aumentado la riqueza de una Europa que poseía colonias en todo el mundo y de unos Estados Unidos que, si se usase el término en aquel momento, era toda una potencia emergente. Las mesas de occidente se llenaban de productos llegados de todo el mundo gracias a una red de transporte que empezaba a ser global, y que le permitía a uno viajar hasta donde su dinero le dejase, porque las rutas alcanzaban todos los puntos del globo. En medio de esta sensación de éxito colectivo, de superación continua y de progreso sin fin, el viaje del Titanic era otro paso hacia el más allá, y la felicidad y orgullo con el que se afrontaba el viaje resultaban, hasta cierto punto, lógicas. Por ello el hundimiento, además de la tragedia en sí, supuso todo un golpe a ese sueño de eterna y confiada mejora. La técnica, aparentemente milagrosa, no era infalible, y de hecho los riesgos que se corrían al depender de ella podían ser mayores que los previstos hasta entonces. El orgullo de medio mundo tardó menos de tres horas en hundirse en las frías aguas del Atlántico, y pese a que la revisión de la lista de supervivientes muestra que los pasajeros de las clases bajas fallecieron en mucha mayor proporción que las adineradas, cuando empezó a subir de verdad el dinero ya no compraba la salvación. Fue el primer desastre global.
Y en cierto modo anticipo de lo que vendría luego. Tras el desastre se investigó el porqué había sucedido algo así, y se mejoraron las medidas de seguridad en los barcos y rutas marítimas, pero muchos consideraron el Titanic poco más que un tropezón en el camino hacia la gloria. Dos años después, en 1914, Europa comenzó a luchar entre sí en un verano que se suponía tan plácido y seguro como el Atlántico de años atrás y que acabó convirtiendo a medio mundo en el escenario de esa carnicería que llamamos Primera Guerra Mundial, que como el iceberg marino, desgarro al mundo y lo hundió en la amargura de una guerra tan cruel y violenta como jamás habías sido imaginada. Piense en todo esto mientras este sábado noche toma su copa o, al menos, mire con otros ojos los hielos que la aderezan….
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