Preferiría hablarles hoy de mis experiencias en las vacaciones de Semana Santa, que por otra parte no han sido nada del otro mundo, o de cómo ha llovido casi todos los días menos el veraniego lunes 9, que lució radiante a más no poder, o de cómo esta vez opté por hacer el viaje en avión, al poder comprar unos billetes que salían muy baratos, y que a la ida todo funcionó perfectamente y que ayer, a la vuelta, tuve un retraso de tres horas y llegué a casa cerca de la una de la mañana, o de otras tantas cosas que son más relajadas.
Pero no puedo. Y es que la situación que vivimos es de tal gravedad, y la aparente incapacidad de nuestros gobernantes tan inmensa que no logro dejar de pensar no tanto en cómo hemos llegado hasta aquí, que lo tengo muy claro, sino en simplemente si no hay otra manera de salir que no sea mediante la temida intervención. Este fin de semana se cumple el centenario del hundimiento del Titanic, y por lo visto en Europa hemos decidido que lo vamos a celebrar hundiendo España, con la absoluta y total colaboración de la dirigencia de este país. Ayer fue un día horrible, otro más, en el que las finanzas públicas sufrieron un grave castigo, las privadas fueron vapuleadas, y la imagen del país sufrió de una manera insoportable. La imagen de Rajoy, desarbolado, superado, huyendo ante la prensa en los pasillos del Senado ante la avalancha de periodistas que trataban de que al menos dijera una sola palabra era un fiel y triste reflejo de cómo estamos. Si yo fuera un inverso, viendo la imagen de ayer, mi sensación sería clara, y mi orden tajante. Vende todo lo que tengas de ese país de pacotilla. Y así actuaron muchos ayer en esos llamados mercados, de los que, nos guste o no, dependemos para la supervivencia del día a día. Este episodio se parece mucho al vivido en Noviembre Diciembre, al poco de las elecciones generales en el que ante al ausencia del gobierno la prima subió incluso más que ayer. El mensaje de aquellos días era una especie de bienvenida al nuevo equipo del país “visto lo mal que lo han hecho los anteriores, a ver de que sois capaces vosotros”. Aquella vez nos salvó el BCE, y vuelve a ser el único que nos puede salvar hoy. Transcurridos cerca de cuatro meses desde aquel momento la sensación es que el nuevo equipo de gobierno ya está desarbolado por la situación. Descompuesto, sin brújula, a mercede de los elementos, sin un plan claro de lucha contra el déficit ni de estímulos al crecimiento, con los socios europeos mosqueados por la negociación sobre el objetivo de déficit, y con unas entidades, las Comunidades Autónomas, que nadie sabe muy bien lo que son pero que parecen ser un eterno problema, la imagen de Rajoy y su ejecutivo pierde fuerza a chorros, se desangra en la plaza pública de los mercados y la comunidad internacional. La idea de recortar 10.000 millones en educación y sanidad, sin decir cómo, cuándo, de que manera, improvisada corriendo en una tarde, anunciada en una escueta nota de prensa y apenas cuatro días después de presentar los presupuestos es, simplemente, una insensatez. Algo que me recuerda mucho a Grecia, sí, a esa Grecia que dicen que no somos, y que como yo repito insistentemente nos parecemos mucho. La principal diferencia es que la quiebra griega, que se produjo hace ya más de un año pese a que nadie lo reconozca, es soportable, y la quiebra española, a la que avanzamos día a día sin que nadie haga nada para evitarlo, sería letal. La gravedad de lo que tenemos delante es inmensa. ¿Alguien en el gobierno y en la oposición se ha dado cuenta al fin de ellos?
Publica hoy Antonio Monago, presidente de Extremadura, un artículo en El País en el que defiende la necesidad de alcanzar unos nuevos pactos de la Moncloa. Tarde, es tarde, pero al menos una imagen de unidad de los dos grandes partidos ante la situación daría un respiro. El gobierno debe dar un giro radical en su política y empezar a actuar en serio, de verdad, con luz y taquígrafos, con comparecencias de prensa diarias explicando su hoja de ruta y con Rajoy a las 21 horas en todas las cadenas de televisión, con la bandera y el himno, lanzando un mensaje de tranquilidad a la población. Hace tiempo que vivimos en una guerra económica, y la estamos perdiendo. Si no se hace algo en breve el gobierno caerá, no lo duden, y su sucesor no será Rubalcaba, no, sino alguien impuesto por Alemania.
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