Ha comenzado en Oslo el juicio a Ander Breivick, el ultraderechista
autor de la matanza que conmocionó a ese país y a todo el mundo el verano
pasado. Y pese a que es algo secundario no deja de llamar la atención que
basten apenas nueve meses para juzgar hechos semejantes, sobre todo dada la
insoportable tardanza con la que en España juzgamos actos así y de cualquier
otro tipo y grado. Se dice que la justicia tardía no es tal justicia, y en
esto, como en otras tantas cosas, Noruega demuestra que sabe hacer las cosas
bien. Aprendamos también de ellos en cómo funciona su sistema judicial.
De hecho el que se produzca el juicio ya es una gran
noticia, porque la táctica de los abogados ha sido durante las últimas semanas
tratar de convencer al tribunal de que Breivick no está cuerdo, que su
desviación psicológica le impide ser juzgado como culpable de unos actos que no
controlaba, y que su estancia en una institución médica era lo más adecuado.
Afortunadamente el tribunal desestimó estos argumentos, tras realizar pruebas y
peritajes a Breivick y escuchar la opinión de expertos en la materia. E hizo
muy bien, porque Breivick no sólo se merece juicio, y una condena que, sea cual
sea la que se le imponga, se quedará corta, sino que ese juicio es la mejor
manera para exorcizar el miedo que la sociedad noruega ha vivido en primera
persona tras asistir, asombrada, a la matanza del verano. Y es que lo más
aterrador de la historia es que Breivick no está loco, ni mucho menos. Si lo
estuviera todos respiraríamos aliviados, porque habríamos encontrado la causa,
la justificación, la excusa a su infame comportamiento. Pero no lo está. En las
sesiones del juicio celebradas hasta ahora, que conocemos a posteriori, sin que
sus declaraciones sean emitidas para no darle propaganda extra, Breivick
se muestra sereno, serio y confiado de sí mismo en todo momento. Aduce una
lógica siniestra pero razonada a todo lo que hizo, y su discurso (falso y
de nula validez) se muestra con la misma serenidad y aplomo con el que se
podría argumentar el contrario. No, Breivick no oyó voces que le impulsaron a
hacer lo que hizo, no. Se pasó mucho tiempo planificándolo, pensando como
ejecutarlo y, sobre todo, convencido de que eso era lo mejor que podía hacer
para salvaguardar las raíces de una Noruega que el amaba como el que más. Y eso
es lo que da miedo de este caso, no la frialdad o el recuento de muertos, sino
la aparente sensación de “racionalidad” que se esconde bajo la cara de
Breivick. Su aspecto de noruego común va más allá y alcanza a rozar el
pensamiento de muchos europeos, solo que él se atrevió a cruzar el límite de la
ley, y se muestra orgulloso de ello. El pasado Domingo el partido de Marine Le
pen obtuvo cerca de un 19% de los sufragios en la primera vuelta de las
elecciones presidenciales francesas. ¿Cuántos de esos votantes verán con
simpatía la fiugara de Breivick? Seguro que más de uno y dos, y fíjense que no
me he preguntado cuántos simpatizarán con el ideario de ese sujeto, porque en
ese caso estoy casi seguro que el porcentaje será altísimo. Sin
adoctrinamiento, sin emires que coman el coco a los niños, sin escenas como
esas que vemos en Afganistán, donde los críos se fanatizan desde pequeños y son
lavadas sus mentes para que maten en nombre de Alá… nada de eso. Educado en la
selecta y elitista sociedad noruega, con todos los medios que la tecnología y
la globalización ofrecen en estos momentos, Breivick es el reverso tenebroso de
nosotros mismos, la expresión física del mal que anida en cada uno, en usted y
en mi, y en todas las personas con las que nos cruzamos. Afortunadamente la
educación y los buenos sentimientos vencen habitualmente a ese mal e impiden
que se muestre como tal. Por eso hechos como los de Noruega, o el nazismo
alemán del siglo XX, nos aterran tanto, porque sabemos que Breivick no es un
loco, sino alguien como nosotros, idéntico, malditamente idéntico…..
Para luchar contra esta sensación de descontrol que supone
asistir a un juicio semejante, el pueblo noruego está tratando de unirse, en
actos que parecen extraños vistos desde nuestra óptica, pero que seguro les son
útiles y beneficiosos. Ayer,
por ejemplo, cerca de cuarenta mil personas se reunieron en Oslo para…. cantar.
Ante manifestaciones del asesino en las que ridiculizaba una canción infantil,
miles de personas convocadas por Internet se juntaron y, bajo la lluvia,
cantaron esa canción que odiaba el asesino, y con sus notas trataron de acallar
su voz, buscando que vuelva al pozo oscuro de la memoria de donde nunca debió
salir. La imagen de los noruegos cantando es conmovedora y, sin superhéroes de
por medio, muestra que a veces el bien puede ganar al mal. No pudo ser en
verano, pero sí ayer.
1 comentario:
Toda una lección de los noruegos, ese canto espontáneo, sencillo y rotundo frente al "monstruo".
Gracias¡¡
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